Al momento de las apariciones de María Santísima de Guadalupe, diciembre de 1531, las características culturales de españoles e indios en México hacían humanamente imposible la comprensión, y aun la comunicación, de unos para con otros, y precisamente en el punto que más les importaba a unos y otros comunicarse: en el de la religión. Ambos pueblos daban a esto un nivel de absoluta prioridad en sus vidas, y ambos estaban absolutamente convencidos de estar en lo cierto y de que el otro estaba en un craso error, y tanto que la muerte no era algo remoto, pues ambos estaban decididos a inflingirla o a sufrirla antes que cambiar.
Los indios amaban como nadie su cultura, de la que era parte inseparable su religión, y ese era el mismo caso de los misioneros españoles, quienes por eso no podían plantearles el Cristianismo sino como absolutamente incompatible con su tradición y su pasado:
«...si queréis contemplar,
si queréis admirar
su reino, su riqueza,
del Dador de la vida,
lo que aquí en la tierra se guarda
y si queréis ir allá,
si allá queréis entrar en el cielo,
donde reside
el Dador de la vida, Jesucristo,
mucho a vosotros os hace falta
que aborrezcáis,
despreciéis,
no queráis bien,
escupáis
a aquellos a los que habéis andado teniendo por dioses,
a aquellos que considerabáis como dioses,
porque en verdad no son dioses,
porque ellos sólo se burlan de la gente...
La inevitable respuesta india era que «...en lo que toca a nuestros dioses antes moriremos que dexar su seruicio y adoración... Ellos estaban dispuestísimos a mejorar su religión, pero a cambiarla, jamás.
En esas circunstancias imposibles, el 9 de diciembre de 1531, llega una maestra, que en sólo cuatro días, con pocas palabras y pocas acciones, logra lo imposible: que unos y otros la acepten, acepten su enseñanza y se acepten unos a otros, y esto sin engañar, confutar o refutar a ninguno, sino manifestando a ambos su amor incondicional, culminado en la entrega de su Hijo, y manejando con habilidad portentosa los valores y conocimientos de los dos.
El P. Leandro Horacio Chitarroni de Rosa, Doctor en Educación por la Universidad Católica de Santa Fe, Argentina, dedicó su Tesis al aspecto pedagógico del Acontecimiento Guadalupano, que por obvio había pasado para nosotros inadvertido: el de la Virgen Santísima como pedagoga, como maestra experta en enseñar y formar a discípulos casi imposibles.
Su Tesis: “El Modelo Pedagógico de Nuestra Señora de Guadalupe en el Nican Mopohua” es una seria obra académica, que le mereció del Tribunal los mayores elogios, redactada con solidez y seriedad científica, pero ahora nos brinda eso mismo en un lenguaje más llano y con énfasis en sugerirnos lo que de ahí podemos desprender para nuestro propio aprovechamiento espiritual, tanto propio como ajeno, en meditaciones personales, charlas, homilías, en forma breve pero densa, que permite profundizar o ampliar indefinidamente cuanto gustemos.
No queda sino agradecer al P. Leandro su esfuerzo y su generosidad en compartírnoslo, así como recomendar a todos su lectura.
Sobre todo por el pedido de dos personas muy queridas, surgió esta obra que nace luego de mucha gestación. Por la solicitud de Monseñor Juan Aranguren Uciega, Canónigo y Sacristán Mayor de la Insigne y Nacional Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, y del Licenciado Ricardo Galindo, encargado del sitio de internet de la misma Basílica. A ellos y a muchos otros, que la Virgencita me regaló conocer en su casita del Tepeyac, nunca podré agradecer lo suficiente toda su generosidad para conmigo.
El interés inicial estaba referido a sólo proponer algunas sugerencias para homilías guadalupanas. Con el correr del trabajo y del tiempo, en el diálogo con numerosas personas, nos dimos cuenta de que el contenido de dichas sugerencias, también puede abonar la oración personal y las charlas de cualquier persona que tenga interés en dejarse animar hoy por San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, amando, rezando y difundiendo el acontecimiento siempre actual suscitado por Nuestra Señora de Guadalupe desde 1531.
El contenido de los distintas meditaciones propuestas, en ocasiones distribuido en diversos subtítulos, puede enriquecer una o varias de las mismas. Haciendo lectura y oración de ese contenido, poco a poco se pueden ir interrelacionando y fecundando mutuamente muchas de ellas. Y así con estas sugerencias, quiera Dios, cada uno podrá ir armando otras nuevas y aún mejores, vinculando lo guadalupano no sólo entre sí, sino también y sobre todo, con la propia existencia personal y comunitaria. Que hoy, tal vez con más urgencia que nunca, está llamada a concretarse buscando un mundo mejor, menos intolerante y sombrío, sin excluidos de ninguna especie, algo a lo que nos desafía y nos puede ayudar mucho la Amada Niña Celestial
Antes de la serie de sugerencias, presentamos el texto completo del Nican mopohua, obra literaria que es considerada la más autorizada descripción en escritura fonética de la intervención de la Virgen María en México, entre los días 9 y 12 de diciembre de 1531. Su narrativa presenta los hechos fundantes y trascendentes del acontecimiento guadalupano ocurridos en dichos días, como así también sus consecuencias inmediatas. Consecuencias que sabemos se prolongan hasta nuestros días, a través de diversas manifestaciones y expresiones de devoción y religiosidad popular.
A continuación, inspiradas en la interpretación profunda del Nican mopohua, hacemos las sugerencias guadalupanas. Ellas, que esperamos poder complementar con otras a publicar en el futuro, se refieren sucesivamente a la misma persona y proceder de Nuestra Señora de Guadalupe, de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin y de Fray Juan de Zumárraga y, finalmente, algunas se centran en cada una de las cuatro apariciones de la Virgencita al indio santo del Tepeyac.
Dichas sugerencias terminan con una serie de breves ideas, en afirmación o interrogación, que nos iluminan en la búsqueda de apropiaciones, propósitos o respuestas vitales concretas, que nos podremos plantear al ir recorriendo esta obra. Esas ideas, culminadas en puntos suspensivos, no agotan su tema y se constituyen así en unas guías abiertas de aterrizajes personales y comunitarios, que ojalá alimenten decisiones que nos ayuden a encarnar con creciente fidelidad en lo cotidiano nuestro ser guadalupano. Con rostros y corazones cada vez más sabios y afirmados en el bien, al orientarnos en el redescubrimiento de las enseñanzas de su acontecimiento originario, y en su aprovechamiento para vivir más cristiana y lúcidamente las novedades de nuestro presente histórico.
Recomendamos para un mayor fecundidad de este material, una previa y completa lectura del Nican mopohua, como así también la relectura de los versículos del mismo que tengan que ver con cada una de las sugerencias, al utilizar el contenido de cada una de ellas para meditaciones, charlas u homilías.
Madre de Dios y de los hombres
Nuestra Señora de Guadalupe se manifiesta amable con indios y españoles. Todo su ser y proceder, es al mismo tiempo que sorprendente, muy benévolo y respetuoso tanto de la teología de los últimos como de la religión de los primeros.
Ella, que hace percibir a los demás que su persona establece una presencia divina y divinizante, muestra que a la vez que es cristiana, conoce y hace propia la cultura india .
Es más, desde el inicio del acontecimiento y en todo momento, Nuestra Señora de Guadalupe se conduce y Juan Diego la identificará y la tratará como a una mujer noble de la sociedad india .
La palabra “Cihuapilli” que se utiliza repetidamente para designarla «... significa simultáneamente ‘niña’, ‘muchachita’, ‘hija’, y también ‘Dama’, ‘Noble Señora’, ‘Reina’...» .
En concordancia, Ella, que le habla utilizando sobre todo el náhuatl noble o tecpillatoli, dice de sí misma: «...‘In nicenquizca cemicac Ichpochtli Sancta María’= ‘Yo (soy) la perfectamente siempre virgen Santa María’, ‘In inatzin in huel nelli Teotl Dios’, literalmente: ‘La venerable Madre del muy verdadero Dios «Dios»’...», lo que equivalía a expresarle que era la Madre de su Dios de siempre, que les traía a Aquél que siempre habían venerado a través de otros: al arraigadísimo Dios de ellos y de los cristianos .
En conexión con esto revela, que además de ser Madre de Dios es al mismo tiempo su creatura; tanto, que incluso Ella misma se somete al obispo como autoridad que representa a su Hijo, verdadero Dios y verdadero hombre, en la tierra .
Le expresa también a Juan Diego y con toda claridad, que es madre compasiva de él y de todos los hombres . En ambos casos, tanto al anunciar su maternidad divina como la humana, emplea un modo que enaltece a sus hijos, dando a entender que para Ella es una dicha y un privilegio el hecho de serlo, y que por eso se siente honrada y agradecida.
Su nombre, Guadalupe, coincidente con el de la imagen de la Virgen patrona «...de un celebérrimo santuario mariano en Extremadura...» ; es otro aspecto, que expresa que Ella es madre de todos los hombres: pues la Señora del Tepeyac, que se exhibe asumiendo lo mejor del ser de los mexicanos y españoles, se identifica con un título árabe, Wadi al Lub o río de grava negra .
Algunos piensan, en disidencia con lo afirmado en el Nican mopohua, que si bien dicho título se generalizó rápidamente, no sería el nombre que Ella enseñó a Juan Bernardino. Sostienen que fue otro, indio, «...que quizá nunca sepamos, y que los españoles pudieron corromper en ‘Guadalupe’...» . En todo caso y si así fuera, conjetura que no compartimos, nos parece realmente importante y providencial el nombre Guadalupe. Pues uno exclusivamente náhuatl o español, podría haber llegado a ser excluyente de uno u otro pueblo y, por lo tanto, inadecuado para designar a una Señora que se identifica con ambos y a un acontecimiento, suscitado por Ella, caracterizado por ser amorosamente incluyente.
Los indios «...vivían la paradoja que subsiste en México: inmenso cariño y delicadeza junto con dura, incluso brutal, severidad...» . Así, al educar a sus hijos, los trataban con primor y dureza al mismo tiempo. Eso mismo se trasladaba al gobierno en general, y si bien a sus gobernantes varones se los comparaba a una madre y su lenguaje era nítidamente materno y tierno , esto estaba unido a «...controles y castigos de severidad draconiana» .
Lo que destacamos es que para los antiguos mexicanos, tal como sigue ocurriendo entre ellos hoy , «...no se concebía [...] la autoridad, el respeto, la veneración sino como correlativos de ternura, afecto, protección...».
Ahora bien, Nuestra Señora de Guadalupe, se presenta como madre a ese pueblo en el cual precisamente la figura materna, que tenía la preponderancia en la educación familiar, era la que más integraba en su sociedad ternura y protección y -por lo mismo-, autoridad y gobierno . De este modo, todo su ser y manera de actuar y expresarse, sin llegar jamás al extremo de la aspereza, combinan esa indisociable polaridad.
Invita muy atentamente a Juan Diego, dando a entender que porque lo quiere está allí, para que se ponga bien cerquita de Ella y lo llama «...hijo mío el menor...», el benjamín, diciéndole así, además, que era el más amado, importante y precioso.
Pero su aliento y palabra glorificadora, afable, atrayente y que expresa honda estima, es también, como afirmábamos, manifestación de sumo imperio. Es más, si recordamos que el aliento y palabra del huey tlahtoani, máximo gobernante e imagen de dios, padre y madre del pueblo, que concede lo que es bueno y lleva a todos a cuestas, revela lo que los mismísimos dioses le han comunicado y señala el camino a seguir y que el pueblo debe obedecer ; los dichos, encargos y proceder que el relato atribuye a Ella «...no evocaban en los indios un consuelo paternalista, sino la recia figura y a la autoridad del Huey Tlatoani, que asume -o reasume- su soberanía» .
Así, cuando expresa al indio que está bajo su sombra y resguardo Ella revela nítidamente lo anterior y exterioriza que su persona protege y conduce al mismo tiempo . También, cuando le da seguridad de que con la ayuda de Dios todo temor y aflicción puede superarse, de que Ella es fuente de su salud, dicha, alegría, bienestar, felicidad y plenitud; y de que lo ampara cargándolo en la concavidad de su vestidura.
De este modo, entonces, aún cuando es muy tierna y delicada tanto con Juan Diego como con Zumárraga y el resto de los protagonistas del relato, esa cordialidad no elimina, ni opaca, ese otro aspecto de su grandeza personal tan ligado a lo anterior para los mexicanos: es la Madre y se dirige a todos con autoridad de Reina. Con una autoridad que, como veremos, suscita al mismo tiempo que respeto y amor, la obediencia y movimiento de todos los protagonistas del acontecimiento.
Viva y presente en su Imagen Sagrada
Nuestra Señora de Guadalupe certificará su comunicación por medio de una Imagen Sagrada, que es un auténtico amoxtli o códice indio que manifestó glíficamente, a un pueblo acostumbrado a transmitir por medio de iconos, la totalidad de lo que Juan Diego les testimonió oralmente.
La estampación de Nuestra Señora de Guadalupe dijo, y dice visualmente, lo que por medio de su palabra confió a su mensajero. Sus formas y colores hablan y despiertan a los ojos indios, y a todos los que se ocupan en conocer sus sentidos, las mismas sensaciones y comprensiones que su acción y vocablos suscitaron en Juan Diego, cuando contemplaba su proceder y lo asociado al mismo; o cuando la escuchaba.
La imagen no era para los indios un mero recuerdo de alguien, sino la continuidad viva de su persona; a su vez, la tilma también era sacramento y símbolo de un sujeto o individuo.
A la luz de esa última concepción, se comprende cuánto los impresionó Nuestra Señora de Guadalupe al estamparse en la tilma de uno de ellos, para continuar su impactante presencia en el Tepeyac.
Aún hoy «...asombrosa e inexplicablemente, esa mismísima tilma no se ha destruido ni deteriorado, y esa mismísima imagen continúa, ahí mismo, arrobando los corazones de los mexicanos» y de peregrinos de todas las nacionalidades.
Admiró y admira por ser una obra maestra plasmada en una superficie no adecuada para ser pintada. Según el Nican mopohua, no fue obra de mano humana y esto lo corroborarían investigaciones de diversa índole. Si bien siempre ha sido objeto de estudios rigurosos, actualmente disponemos de mejores instrumentos para realizar objetivos análisis científicos.
Los resultados de la aplicación de los mismos siguen maravillando: un examen de reciente realización concluye, que el rostro
«...está hecho con pigmentos desconocidos, mezclados de tal manera que aprovechan las cualidades de la difracción de la luz causada por la tela sin apresto, para impartir el matiz oliva al cutis. Además, la técnica se sirve de las imperfecciones del tejido de la tilma para dar una gran profundidad a la pintura. La cara es de tal belleza y de ejecución tan singular, que resulta inexplicable para el estado actual de la ciencia»
Impresiona así cómo la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe tiene una inculturación y consecuente competencia comunicativa, que trasciende la de su momento originario. Hoy, cinco siglos después, y vistos los resultados de los estudios científicos efectuados sobre Ella, sigue hablándonos «...con el lenguaje que hoy nos maravilla y convence: el de los análisis de la Ciencia».
Así, en correspondencia total con el final abierto y continuado del Nican mophua; y ante una mentalidad relacionada con la absolutización de lo empírico, continúa admirando, respondiendo y generando plegarias, ante lo que las investigaciones de dicho orden siguen descubriendo en su preciosa e inigualable imagen.
Es interesante destacar también que Nuestra Señora, que está a punto de iniciar una danza, que era para los indios la máxima forma de reverenciar a Dios, se manifiesta con un rostro mestizo. En un primer momento
«...el mestizaje fue entusiastamente aceptado y promovido por los indios, que entregaron gustosos a sus hijas y hermanas, pero que nunca esperaron la infamia de que, al nacer los hijos de esas uniones, los padres los abandonasen y considerasen a las madres infamadas por el hecho de serlo...»
Como consecuencia de lo anterior, muchos niños fueron rechazados por ambos progenitores y quedaron sometidos a la orfandad y pobreza; y Ella, precisamente, asumió el color de esos hijos abandonados y humillados.
La Madre de Dios y de los hombres manifiesta con su ser y proceder mucho amor y cercanía; por lo tanto, gran autoridad y gobierno. Ello concreta o plasma un camino de diálogo, que manifiesta esas dos dimensiones indisociables de su persona: lo primero, en cuanto es capaz de escuchar y responder desde el lugar del interlocutor; lo segundo, en cuanto esa respuesta origina acciones obedientes, que suscitan progresivamente el protagonismo generalizado de todos los actores del acontecimiento, para de este modo comunicar y conducir a concretar todo su mensaje de vida.
Es por su maternidad así entendida, que se dejó afectar por las experiencias vitales de sus interlocutores colectivos e individuales, y se hizo presente para conducirlos efectivamente a su superación.
Toda su generosidad y firmeza, que media la salvación y aleja la perturbación, es para todos los que la busquen y continúa operando hoy. Es por esto que, tal como lo dijo, su visita sigue hasta nuestros días. Ella permanece amando y, de este modo, mostrando a su Hijo, al asumir y remediar las penas, miserias y dolores de todos aquellos hombres que confíen y se dejen guiar por su maternidad.
De este modo, su mirada de sumo respeto, delicadeza y autoridad, continúa ofreciendo en su preciosa imagen, lo que ella quiere dar y hacer alcanzar a los hombres.
«...‘Mirada compasiva’, ‘mirar con compasión’, son expresiones contínuamente referidas al gobernante. En náhuatl ‘te-ixtlapal-itta’ sería, literamente, ‘Ver’= Itta, ‘de soslayo’, ‘de lado’= ‘ixtlapal’, ‘a las personas’= ‘te’, exactamente como aparece en su imagen», como se suponía también que miraba el mismísimo Dios: «...el Señor del cielo, el amado, el digno de ser rogado, que de través, de lado nos ha mirado a nosotros...» y cómo enseñaba a mirar la madre a su hija: «...no irás siguiendo con la mirada a la gente, no mirarás de frente a las personas...».
De este modo entonces, su compasiva mirada misericordiosa, ligada a la buena educación y al gobierno, sigue comunicando a su Hijo y todo lo que Ella, al mostrarlo a Él, quiere ayudar a lograr.
La base fundamental y centro de su proceder es ese diálogo, global y permanente, mucho más amplio que el intercambio de meras palabras en el que Ella, para emitir su anuncio como respuesta, se adapta con total eficacia a los modos específicos de percibir, pensar, comunicarse y expresarse de los demás, teniendo en cuenta las capacidades y límites de indios y españoles.
Consecuentemente, el relato la presenta escuchando o conociendo las coyunturas históricas y características personales de sus interlocutores, y utilizando con soltura, para presentar su palabra y mensaje, pautas culturales de todos ellos. Y es de este modo, en diálogo auténtico, como «...arma una obra maestra de comunicación, admirable hasta en sus más finas minucias..., «...clara, elocuente, precisa... perfecta, para sus destinatarios, hasta en sus menores detalles...», que combina con belleza un gran despliegue de distintos símbolos teofánicos de ambos pueblos. Ellos hicieron sentir y entender a todos lo que Ella quería transmitir, empleando mayormente el náhuatl noble, pero utilizando palabras latinas o españolas, cuando tiene que realizar identificaciones sin dar lugar a equívocos.
En consecuencia, el anuncio de Nuestra Señora de Guadalupe es manifestado entonces por la globalidad de su proceder; y así está compuesto no sólo por lo que Juan Diego y su tío han oído, sino también por lo que ellos han visto y admirado; es decir, por todo el acontecimiento inicial del fenómeno guadalupano, que es palabra integral a sus pueblos destinatarios; palabra presentada en respuesta a lo que estaban viviendo.
De este modo, su accionar y palabra siempre asumen y responden globalmente a sus interlocutores. Concreta así su intervención y origina un diálogo vencedor de incomprensiones, que pide a su mensajero participe a los demás. Las pláticas entre Ella y Juan Diego son el punto de partida que origina nuevas conversaciones entre dicho indio y el obispo, sus cercanos y el tío, entre este último y el obispo, entre los pueblos.
Más aún, Juan Diego dialoga con los otros como Ella dialoga con él; es decir, desde la situación de su interlocutor, poniéndose al servicio de sus demandas y respondiendo a las mismas con su acción y palabra. Y para que realmente las conversaciones sean verdaderos y recíprocos diálogos, en los casos en que sea necesario hacerlo en alguno de los protagonistas, la intervención de Nuestra Señora de Guadalupe corregirá actitudes personales y modificará la temática y tono de lo hablado.
Ella, además, sigue escuchando y respondiendo a aquéllos que van a verla en su imagen y a presentarle sus plegarias. Hay que destacar entonces, que este final abierto en el que todos van a dialogar con Ella no es sólo la meta, sino también el camino y mediación para que la acción de Nuestra Señora plasme su propósito materno y salvador.
A partir de todo lo que venimos desarrollando, se puede observar que Nuestra Señora de Guadalupe entabla relaciones significativas que originan acciones obedientes, por convicción y aceptación, de todos sus interlocutores. Lo anterior ocurre cuando éstos descubren que Ella los entiende, sabe tratarlos y da importancia a lo que ellos consideraban relevante.
Así como el diálogo materno entre la Señora y Juan Diego suscitó la obediencia y acción del indio, los encuentros que irá entablando Ella en persona y a través de su mensajero con los otros interlocutores, van generando y animando gradualmente acciones obedientes, y un protagonismo generalizado de todos los que intervienen en el acontecimiento.
El diálogo se constituye así en un camino de realización, que se participa o ensancha, haciendo crecer el círculo de los convencidos e implicados en la concreción del suceso o mensaje guadalupano en el que, sin agotarlo, tiene Ella la iniciativa. Lo que ocurre es que, como la finalidad de su acción y palabra es al mismo tiempo colectiva e individual, habla a todos y busca el protagonismo responsable de cada uno en el despliegue de ese hecho y verdad, que hace nacer un pueblo y madura a las personas.
Y si bien queda muy claro que tanto su presencia como su mensaje primero se manifiestan a Juan Diego y a Juan Bernardino, luego a fray Juan de Zumárraga y sus cercanos y por último a todos; y que, en el caso de los dos primeros, la perciben a Ella y reciben su palabra de un modo más extraordinario que los demás, su cercanía en la imagen o anuncio testimonial llega a la totalidad de los personajes y los transforma en actores.
Por eso, en la difusión de su mensaje, Nuestra Señora de Guadalupe «... exige la intervención de Zumárraga, pero no es menos explícita en cuanto a exigir la de Juan Diego...», cuando éste tiene otra pretensión. Con respecto a las flores, «...no fue Ella tampoco quien las cortó, sino pidió e insistió en que las cortara y trajera un mexicano, aunque de él las recibió y en su tilma las reacomodó, para que las llevara, en su nombre, al...» señor obispo, que las vio asociadas a su aparición o estampación de su preciosa imagen.
Si consideramos la totalidad de los hechos, no sólo vemos entonces que Juan Diego es el mensajero y el obispo el que discierne, sino también que el tío da el nombre; algunos van a ver el lugar elegido por la Señora y acompañan a su sobrino; muchos construyen el templo y todos, sin que falte ninguno, van a admirarla y a rezarle.
Este criterio de protagonismo progresivo y cada vez más generalizado, también se percibe en el crecimiento cuantitativo y cualitativo de espacios y tiempos compartidos por los actores del relato. Juan Diego es enviado a “lugares a donde no anda y no para”, y en los cuales desplegará su actividad con dificultades en primer lugar y, por último, terminará siendo recibido y alojado. Pero a su vez, también los españoles terminarán yendo a lugares que antes no frecuentaban, o sólo se aproximaban persiguiendo y enojándose; pero al que finalmente concurrirán junto con los indios, para encontrarse con la Señora y su Hijo.
En redundancia y corroborando todo lo anterior, las cinco referencias al canto en el cerro de las apariciones, simbolizan para los indios el quinto rumbo o dirección; y lo muestran como el lugar donde se cruzan los caminos del hombre y de Dios; el espacio en el cual uniendo sus esfuerzos y trabajos, pueden superar cualquier situación por más contradictoria que sea. Es, por lo tanto, sede de un acontecimiento o verdad superadora, que sólo se realiza totalmente en la unión y colaboración de los esfuerzos humanos con los divinos.
Asume y hace crecer sentidos religiosos previos
En congruencia con las características de indios y españoles y con la finalidad que desea alcanzar, en la búsqueda de su cometido y enraizada en su ternura y autoridad maternas, Nuestra Señora de Guadalupe no sólo en el diálogo expresa su cercanía y conduce al protagonismo asumiendo los contextos culturales y circunstanciales de sus interlocutores, sino que, dando un paso más y haciendo con él realmente concreto y efectivo ese diálogo, también aprovecha, superpone y plenifica algunas de las objetivaciones, sentidos, ideas y conocimientos previos de orden religioso de ambos pueblos mencionados (se pueden tomar como ejemplos los temas desarrollados en subtítulos “Tiempo originario” y “Marianismo español”, al final de esta meditación).
Del modo enunciado, admirablemente Ella respetó y fecundó lo bueno y aquello que podía llegar a unir la fe de sus interlocutores indios y españoles al iniciarse el acontecimiento guadalupano, aprovechando así lo que podía mediar simbólicamente entre lo antiguo y lo nuevo, que por eso fue recibido. En conexión con lo puntualizado y, al mismo tiempo, Ella desenfatizó sin negar los aspectos nocivos y las realidades que los separaban.
Ese proceder de Nuestra Señora de Guadalupe resulta particularmente novedoso, cuando lo concreta con creencias y experiencias indias vinculadas con su religión prehispánica. Aquí radica la gran diferencia, entre la metodología que Ella emplea y la de los misioneros de aquella época. Estos últimos
«...en lo que no se rozaba con lo religioso, de lejos o de cerca, tuvieron empeño en mantener el pasado: conservaron con amor las lenguas, conservaron los usos y costumbres cotidianos, si las creían indiferentes; adaptaron su enseñanza al temperamento y capacidades de los indios...»
En lo estrictamente religioso, podemos decir incluso que es común a Ella y a los frailes, que utilizaron imágenes como medio de transmisión y que «...en los lugares de veneración de las viejas deidades elevaron sus santuarios más famosos...». Pero la diferencia abismal consiste en que mientras los religiosos, al obrar así lo hacían para reemplazar «...lo antiguo por lo nuevo...», y «...nunca amalgamaban ni continuaban ni desarrollaban...»las creencias indígenas con y en las que ellos querían comunicar; la Madre de Dios y Madre Nuestra procedió de igual modo, pero para mostrarles a los indios que la doctrina enseñada por los europeos «...no era otra cosa que la culminación de la suya propia».
Recordemos que los frailes concebían y presentaban el catolicismo imponiendo su propia cultura; como algo que implicaba para los indios «...la rotura radical y absoluta con todo lo de antes...» y, en ese marco, tanto el anuncio mediado por pinturas como la edificación de un templo cristiano sobre un antiguo teocali buscaba «...barrer con el espíritu de la comunidad civil y religiosa del indígena...». Los frailes no presentaban su fe «...como el perfeccionamiento y plenitud de las religiones...»prehispánicas. Pero Nuestra Señora de Guadalupe, por su aparición e intervención, donde los cristianos sólo habían destruido el templo preexistente a su llegada en 1519 sin edificar otro, originó una casita sagrada y dejó su imagen admirable, que tanto españoles como indios edificaron, percibieron y visitaron como propia. Se superó así, nos parece, toda posibilidad y actitud terrena de la época, en «...asombroso derroche de habilidad al manejar dos teologías tan distintas...»; y al dirigirse «...a dos sensibilidades exacerbadas en condiciones trágicamente conflictivas...», logró «...una perfecta ‘inculturación’, un engaste de belleza y justeza insuperables del Evangelio...», tanto en la cultura española como en la india. En el caso de esta última inculturación, sucedió en forma muy clara e inequívoca para los indios y discreta e imperceptible para los españoles, que nunca la hubieran podido aceptar. Resulta todavía más impresionante, que ese proceder, de algún modo sigue continuándose en consonancia con el final abierto del relato, con respecto a la cultura y modo de ser específico de los hombres de nuestro tiempo.
«María, desde este primer momento, evangeliza con una ternura, acierto, sobriedad y verdad que, consideradas las intricadísimas circunstancias, pueden en verdad considerarse sobrehumanos: Ni quiere forzar a los españoles a un salto de siglos en su desarrollo teológico, imponiéndoles aceptar la validez de la religión de los indios, ni ser menos que inequívocamente explícita en reconocérsela a éstos. ¿Podría una mente humana, en ese momento, resolver ese problema? Y Ella lo hace con tanta naturalidad y sencillez que parecería que no hubiese problema alguno: Es transparentemente clara con ambos, sin engañar, ofender o desplazar a ninguno»
Y es por esto, que tal como ocurre con el aumento cuantitativo y cualitativo de los espacios y, por ende, de los tiempos compartidos por los protagonistas del Nican mopohua, sentidos presentes en sus experiencias religiosas previas, se fusionarán y adquirirán en el acontecimiento inicial del fenómeno guadalupano alcances y profundidades mayores; novedades en la continuidad que ellos nunca habían soñado, o podido alcanzar por sí mismos y que incluso, de parte española, no pudieron comprender en ese momento histórico.
Tiempo originario
En la cultura india «...dominada por el cómputo de los días, los años, las épocas...», nunca las informaciones temporales son meramente indicaciones cronológicas, ya que el tiempo es parte integrante de la esencia de las personas, acontecimientos y civilizaciones.
Este aspecto, que ni siquiera entraba en la órbita de la atención de los españoles, es también aprovechado con sus sentidos religiosos por Nuestra Señora de Guadalupe. Las indicaciones temporales, señalan que distintos hechos que componen el acontecimiento inicial del fenómeno que Ella desencadena, comienzan a ocurrir en la noche y, por lo tanto, están relacionados con una intervención divina creadora. La «...expresión española ‘muy temprano’, ‘muy de madrugada’[...] se dice en náhuatl: "huel oc yohuantzinco", que literalmente es ‘muy todavía en la venerable noche’, o ‘en la nochecita’...», momento que en su cultura implica el comienzo, gestación y formación de algo verdadero, fecundo y originario.
Es que para los mexicanos «‘cuando aún era de noche’[...] denota la idea de ‘en el principio, en los orígenes del mundo’». De este modo, la referencia a ese momento, lejos de tener implicancias negativas o siniestras como ocurriría para una mentalidad española, se asocia y remite al comienzo de la existencia de todo lo creado, o al inicio de una realidad fundamental. Además de lo anterior y en conexión con ello,
«...aludía al ‘rescate de la cultura’; ‘principio de algo importante para todos’; ‘nuevo orden de cosas’. Todo esto, pues, puede compararse con la categoría bíblica de ‘Principio’, ‘En el principio’, que, como sabemos, también denota: ‘eternidad’, ‘comienzo de las cosas’, ‘tiempo saludable’, contextos afinadamente aptos al mensaje que se quería transmitir. Una prueba más de lo genial que fue el ‘libretista’ que ‘escenificó’ el Acontecimiento Guadalupano para inculturar el Evangelio en la mente de sus nuevos destinatarios, pese a que lo hacía a través de otra cultura perfectamente distinta.»
Destinatarios que inequívocamente comprendían entonces, que el accionar de Nuestra Señora de Guadalupe, inauguraba un período de salvación y era principio y origen de un mundo y una sociedad nueva, dicho mensaje se reforzaba considerablemente, si tenemos es cuenta que el año y la fecha de las apariciones son altamente significativas; ya que se cumplía un período de doscientos ocho años solares y, en consecuencia, esperaban y tenían expectativa de algún acontecimiento importante.
Ellos, a diferencia de nosotros, que lo hacemos cada cien años, computaban un siglo como de ciento cuatro años solares. La razón afinca en que poseían tres calendarios que no coincidían entre sí, sino cada esta última cantidad de años, y eran los siguientes: uno igual al nuestro, de trescientos sesenta y cinco días y fracción, que constaba de trescientos sesenta días más cinco días nemonteni o vacíos, considerados nefastos; otro adivinatorio: el tonalámatl, de doscientos sesenta días, y el de Venus, de quinientos ochenta y cuatro días.
Fundamentados en cálculos astronómicos muy exactos y precisos, que tenían en cuenta entre otros factores, además del Sol y la Tierra, a Venus y a la Luna, habían detectado dicha coincidencia periódica entre los mencionados calendarios. Y lo trascendente para nuestra consideración, es que se completaban en esos días de diciembre de 1531 ocho medios siglos de cincuenta y dos años solares, con respecto a dos acontecimientos muy trascendentes de su historia como pueblo. Cuatro siglos antes, en el año 1115, habían iniciado por orden de su dios la salida de Aztlan, su patria ancestral, impulsados por la promesa, contra todo esperanza humana, de que él los haría los más grandes de su mundo. En 1323, dos siglos después, había dado comienzo un proceso que culminó con la fundación material de México-Tenochtitlán y el nacimiento de la nación mexicana. Indudablemente y ante su preocupación por la continuidad del tiempo y la pervivencia del cosmos, el acontecimiento guadalupano, ocurrido exactamente dos siglos de ciento cuatro años después, fue asociado a los anteriores hechos divinos, originarios y trascendentes de su pueblo. Y esto último es lo verdaderamente importante, aun cuando las fechas no llegaran a ser totalmente exactas.
Por otro lado, se redunda también esta significación, si tenemos en cuenta que en ese momento el Calendario Gregoriano, corregido en 1582, tenía un atraso de diez días, y que entonces el día de la estampación de María es precisamente el 22 de diciembre «...primer día del solsticio de invierno, del ‘triunfo del Sol’ sobre las tinieblas...»; es decir, el momento del año a partir del cual el tiempo de luz solar empieza a ser mayor que el de la oscuridad nocturna. Y esto adquiere mayor relevancia aún, si consideramos que en ese año, justamente en el amanecer de dicho día, el principal del acontecimiento, se dio la conjunción de Venus, astro central de su calendario, y del Sol, fenómeno astronómico rarísimo y sumamente significativo para ellos, pueblo del Dios Sol. Esto sucedió a tal punto, que todos estos elementos hacen que esta fecha sea, religiosamente hablando, «...matemática y precisamente la más importante en toda la historia india».
Por otro lado y en la misma orientación, el providencial nombre de Guadalupe fue tranquilizador para los recelos hispanos y permitió que los españoles la aceptaran «...identificándola con lo más caro e íntimo de su propia devoción mariana...», ya que Guadalupe, como hemos en parte adelantado, es el «...toponímico de un pueblo de la Sierra de las Villuercas, en la Provincia de Cáceres, donde hacía siglos se veneraba a la Virgen Santísima como Patrona de España, en especial de Extremadura, patria de Cortés y de la mayoría de los conquistadores».
De este modo, esta manifestación de la Señora se relacionaba con lo más íntimo de sus fibras marianas, que Ella seguía animando haciéndose presente también en la Nueva España. Es más, si consideramos la tradición de Nuestra Señora de Guadalupe de Extremadura y la ponemos en paralelo con los sucesos originados por la Virgen del Tepeyac, vemos que la acción de esta última asume motivos, hechos y sentidos presentes en la anterior y se constituye en una providencial delicadeza y gesto de inculturación para con los conquistadores.
Lo narrado por el Nican mopohua, sin ser y sin estar recargado de características tan fantasiosas, tiene una sorprendente semejanza con la leyenda guadalupana de España y, más aún, con los principales temas que se repiten en numerosos relatos europeos sobre apariciones. En las tradiciones que nos interesan, en ambos casos hay una aparición de María, que se presenta como Madre de Dios, a alguien humilde y dócil a quien le habla con mucho afecto y promete ayuda para otros. Las apariciones se dan en una colina junto al agua, y el vidente es enviado con un encargo para con autoridades eclesiásticas, que al principio no creen y, finalmente, son convencidos por milagros vinculados con la vida y la salud. Además, aparece en ambas una imagen de la Madre de Dios, con signos de maternidad divina, y se culmina construyéndoles pobres casas sagradas, que los mensajeros se encargan de cuidar en contextos históricos de contacto entre pueblos de diferentes culturas; y que, con el tiempo, se transformarán en signos de hispanidad y mexicanidad.
Esas imágenes, además, no se parecen en nada, salvo en el rostro, cuya semejanza es muy significativa. De cara negra la europea y morena la americana, se podría decir que una es copia de la otra: «...empezó a crecer la devoción de la gente, y pusieron nombre a la imagen nuestra Señora de Guadalupe, por decir que se parecía a la de Guadalupe de España...».
Dicho parecido en su fisonomía y todas las correspondencias de protagonistas, situaciones, hechos, mensajes y desarrollo posterior del culto, son aspectos analógicos a experiencias anteriores europeas que la Guadalupe americana pone al servicio de su acción, pero trascendiendo muchísimo sus sentidos, al ligarlos con otros de la cultura indígena, lo que los españoles podían percibir en los sucesos de 1531.
Lo anterior se hace particularmente evidente en su imagen, en cuanto es un códice en escritura glífica que la liga con la religión india, y a la vez, una pintura armoniosa, y entonces aceptable para los católicos ibéricos o criollos, con la descripción que el bíblico libro del Apocalipsis hace de la Virgen.
«Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz ...»
Y sabemos efectivamente que se llegó a considerar con entusiasmo, que los sucesos del Tepeyac y la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, eran el consumado cumplimiento de dicho anuncio del Apocalipsis.
San Juan Diego Cuauhtlatoatzin
Hombre de Dios, la Virgen y su pueblo
Juan Diego nació en el año 1474 en una población importante, que colaboró con la victoria española contra México-Tenochtitlan, llamada Cuautitlan . Más precisamente, en el barrio o calpulli de Tlayácac. Su esposa «...se llamó Malintzin y [...] al bautizarse tomó el nombre de María Lucía...».
Juan Diego no hablaba español y vivió hasta los 74 años de edad. En cuanto a su nombre indígena, Cuauhtlatoatzin, si «...su estirpe era noble […]el significado sería: ‘El señor que habla como águila’. Si su condición era la de macehual […] el significado sería: ‘El que habla como águila’, es decir, ‘cosas elevadas, prudentes’». En todo caso y al margen de su linaje, la «...venerable Águila que habla...»o el que habla como águila, hace referencia a aquel que explica la sabiduría de Dios y, teniendo en cuenta la mentalidad asociativa de los indígenas, la de su pueblo; puesto que el águila era el símbolo del Dios Sol y del pueblo del Sol.
Al producirse las apariciones y con 57 años de edad, era para ese momento un hombre al borde de la ancianidad, que hasta poco antes había vivido toda su niñez, adolescencia, juventud e incluso parte de su madurez, en el regazo de la antigua cultura y religión.
Aún en vida, los indios acudían a su intercesión, ya que lo consideraron y estimaron como modelo de vida; seguramente llegaron a apreciarlo así teniendo en cuenta también criterios prehispánicos, a luz de los cuales juzgaban como los mejores entre los mejores a quienes reunían condiciones tales como las siguientes: ser «...virtuoso, humilde y pacífico, y considerado y cuerdo, y no liviano, y grave, y riguroso, y celoso en las costumbres, y amoroso, y misericordioso, y compasivo y amigo de todos y devoto, y temeroso de dios».
Ya convertido, sus vecinos lo llamaban el peregrino, por las largas caminatas que realizaba a solas para ir a recibir la catequesis y oír misa. Su fama de buen indio y cristiano, y su acción de varón santo y de oración, que viviendo heroicamente la fe, la esperanza y la caridad fecundó su mundo, trascendieron los límites de su vida temporal y actualmente han sido rubricadas por su inclusión en el canon de los santos de la Iglesia Católica.
El término que utiliza el autor del Nican mopohua para designarlo es macehualzintli, traducido por indito. Es una palabra compuesta que termina con el diminutivo tzintli o tzin que connota reverencia, cariño y aprecio y de ningún modo menosprecio.
En perfecta armonía con lo ya expresado, el relato lo presenta buscando las cosas de Dios y concurriendo a pie y por devoción a la misa del sábado. Recordemos que era, tal como ocurre aún hoy, una celebración de asistencia no obligatoria y que se realizaba en honor de la Madre de Dios.
Al igual que su tío, consideraba que los sacerdotes católicos, imágenes del Señor Dios amadas por El, eran quienes les proporcionaban las realidades divinas. Se precisa con muchísima exactitud que era feligrés de Tlatelolco, sede evangelizadora desde la cual en 1531 se atendía Cuauhtitlan, y sitio específico del cual en ese momento era habitante o en el cual tenía alguna propiedad
«…fijémonos que el texto lo llama ‘vecino de Cuauhtitlan’… esa palabra traduce a ‘chane’= ‘Dueño de casa’, de chantli= ‘casa’ y el posesivo ‘e’, de modo que indica tanto ‘habitante’, ‘residente’ como ‘propietario’, ‘casateniente’. No contradice, pues, la tradición […] de que al tiempo de las apariciones vivía en Tulpetlac, más cerca de México, conservando la propiedad de su casa natal, en Cuauhtitlán. Además de que, aun cuando residiera establemente en Tulpetlac, seguía viviendo legalmente en Cuautitlán, en el ‘Reino de Cuauhtitlán’, al que Tulpetlac pertenecía.»
En referencia a su extracción social de origen, cuestión sobre la que hay distintas posturas, a la luz de su condición de heredero y dueño de inmuebles y dado que esto era un privilegio de los nobles, no nos quedan dudas al respecto. Posiblemente, además de noble, haya sido un príncipe; de todos modos, nuestro texto lo denomina y presenta pobre. Lo cual, por otro lado, coincide con la situación en que quedó también la aristocracia india que había ayudado al triunfo español. De haber sido de este modo, sin duda, su circunstancia a los 57 años de edad, era mucho más dolorosa y vergonzosa, fruto del impacto de la conquista que había cooperado a consumar.
De este modo, Juan Diego era ya sea «...por nacimiento o por empobrecimiento, un macehual, un hombre del pueblo...». Es por todo esto que, por más austeramente que viviera Zumárraga, su situación la percibiría como opulenta este indio pobre y tan distanciado, socialmente hablando. Al concurrir a ver al obispo y por más que anteriormente hubiera sido un príncipe, su actual condición, la certeza de que el obispo era un sacerdote Tlatoani o de la máxima jerarquía, la memoria del despotismo y el terror que en ocasiones se había vinculado a ese título en tiempos prehispánicos y, posiblemente, su conocimiento del proceder de Zumárraga en relación con las imágenes y templos indios (ver meditación sobre Zumárraga), aumentarían el temor e inseguridad de Juan Diego.
Por otro lado, no le fue bien en la primera entrevista con el prelado, y esto reforzó su estado anímico negativo. Herido en su fina sensibilidad india porque no se había creído en él, y por haber en consecuencia fracasado inicialmente en su misión, se comprende pues el abatimiento de Juan Diego. También, y ante el temor de que nuevamente fuera rechazado el pedido que era enviado a hacer, su tristeza, llanto y ponerse de rodillas durante la segunda entrevista.
Viviendo dichas situaciones, se lo describe como un hombre de admirable personalidad, llena de cualidades y de un comportamiento hondamente enraizado en virtudes muy queridas y cultivadas en el México prehispánico.
Así, en sus saludos, palabras y actitudes, se encuentran muchos ejemplos de la sutil delicadeza y cortesía india que se les inculcaba desde la niñez. Delicadeza que combinaba ternura y formalidad, familiaridad y solemnidad, y por la cual también se reconoce inepto e indigno para el cargo que se le encomienda cumplir. Grosería y petulancia hubiera sido para con quien lo enviaba no utilizar frases autodenigratorias; frases que eran de rigor y expresaban honestidad, buena educación e idoneidad y que no manifestaban entonces una baja autoestima o una minusvaloración de las propias capacidades y posibilidades; aunque él aquí también las emplea para sugerirle, pensando más en los intereses de Nuestra Señora que en él mismo, que envíe un mensajero más creíble para el español.
Por dicha fineza y exquisitez tampoco en ningún momento cuenta, ni se queja ante Nuestra Señora, de lo malos tratos que recibe de los españoles.
«Si alguien a algún lugar te envía, si allá sólo eres reprendido [...] no por eso vendrás enojado. No en tus labios, no en tu boca vendrá prendido lo que así te ocurrió, lo que te hizo sufrir el haber ido. Y cuando hayas regresado, si luego te pregunta el que te envió, si te dice: ¿Cómo te fue allá a donde fuiste?, luego, con buenas palabras, le contestarás; sólo con suavidad, no jadearás, no luego así le dirás lo que así te afligió...»
Cualquier queja hubiera sido un reproche y una ofensa a Ella que lo enviaba. Su gentileza hace incluso que sea muy suave al describir el comportamiento de Zumárraga y sus colaboradores, y que se atribuya a sí mismo el fracaso de su gestión.
También en la ocasión en la que Juan Diego intenta esquivar a Nuestra Señora de Guadalupe es muy amable, y procede de acuerdo a la más fina etiqueta india: no quiere contestarle que no, quiere evitar tener que expresarle una ruda y directa negativa al compromiso de llevar la señal al obispo, algo que en ese momento no puede satisfacer, por atender algo muy importante como lo es el pedido de su tío moribundo.
Nótese incluso lo desinteresado de Juan Diego, a quien no se lo ocurre de ningún modo “cobrarle” a María por su servicio, y no le pide por la salud de su tío cuando Ella se le presenta y sale al cruce de su camino.
Sin tener nunca una actitud desafiante o de reproche, a pesar de que lo enviaba la Reina del Cielo, siempre se presenta ante Zumárraga con muchísima humildad. En su tercera entrevista con él, y al resumir todo lo que ha vivido hasta la misma, también evita hacer referencia a las humillaciones y las angustias que le ha tocado padecer. Detalla sólo los intereses de Nuestra Señora y de este manera suma, a la cortesía y delicadeza, la discreción. Discreción de palabra muy asociada a dicha gentileza y que aconsejaban los mexicanos: «...ni hables demasiado, ni cortes á otros la plática [...] Si no fuere de tu oficio, ó no tuvieres cargo de hablar, calla, y si lo tuvieres, habla, pero cuerdamente, y no como bobo que presume, y será estimado lo que dijeres...».
Además, Juan Diego es presentado muy diligente y bien dispuesto a renunciar a sí mismo y a obedecer a todos: a Nuestra Señora y a riesgo de su propia vida, cuando lo envía en forma reiterada a pedir al obispo un templo en un lugar sospechado de idolatría. Y cuando, confiando muchísimo en Ella, cree y sigue el pie de la letra su palabra, que le expresa que ya curó a su tío y lo manda a buscar flores en un lugar y en un tiempo en los cuales era imposible su crecimiento.
También obedece a su tío, en los momentos en que se queda a cuidarlo y va a buscarle un confesor, aún cuando para realizar estos servicios deba postergar sus compromisos con la Madre de Dios y con el señor obispo. Y a este último, al mostrarse disponible a sus exigencias de ir a pedir una señal y de que se quedara en el palacio episcopal, cuando ya había entregado la prueba y desearía ir a reencontrarse con su tío al que había dejado moribundo.
Breves ideas para ayudar a la apropiación
Fray Juan de Zumárraga
Fraile español que nació en el año 1468 en Tabira de Durango, Vizcaya, y que falleció en 1548 en la ciudad de México. En su desempeño como obispo, su gran celo pastoral lo llevó a ocuparse en la búsqueda de la solución integral de los problemas y males que agobiaban a los mexicanos. De este modo, trabajó incansablemente por la felicidad de su rebaño, proporcionándole los sacramentos y colaborando en la concreción de diversas iniciativas que mejoraran las condiciones generales de la vida de los indios. Así, en su afán de procurar el mayor bienestar de estos últimos, los protegió de los abusos de los conquistadores y participó no sólo en la fundación de instituciones educativas, sino también en la de hospitales, asilos y hasta de una imprenta.
Así, el ejercicio de su ministerio sacerdotal reveló a este vasco como un hombre de virtud, humilde y honestísimo que sustentaba su actividad en su vigoroso y violento carácter. Por esto último no escatimó esfuerzos para obrar conforme a su conciencia y enfrentar dificultades, aún cuando a veces era sumamente duro al realizar sus tareas de padre y pastor.
Con anterioridad en España y a partir de 1535 en México, fue inquisidor apostólico, por lo cual tenía experiencia a la hora de interrogar según los criterios de los tribunales inquisitoriales de la época; es decir, recurriendo a todo tipo de estrategias para provocar el error del sospechoso. Era tan escrupuloso y cuidadoso a la hora de defender la ortodoxia doctrinal, que años después de la estampación de Nuestra Señora de Guadalupe y vista su severidad y rigidez para con los indios heterodoxos, el Rey los sacó de su jurisdicción de inquisidor en el año 1543.
Conforme al obrar de la Inquisición que no solamente investigaba, sino que de todo levantaba actas, la escrupulosidad y formalidad burocrática eran características de su persona. En el caso del acontecimiento guadalupano, hay testimonios explícitos sobre la existencia y posterior desaparición de las actas correspondientes y de otros documentos.
Partidario del pensamiento de Erasmo de Rótterdam, muy poco afecto a una espiritualidad mediada por lo sensible y a las «...imágenes y devociones populares», ya desde su llegada a Nueva España el 6 de diciembre de 1528 se había opuesto férreamente a la religión de los indígenas:
«...apenas cinco meses antes de recibir a Juan Diego, se precia en una carta al Capítulo General de su Orden, en Tolosa, de haber arrasado con cuanto había podido: ‘quinientos templos de los dioses y más de 20.000 imágenes de los demonios que adoraban...’»
Pero no sólo templos e imágenes, sino también libros y papeles prehispánicos, de naturaleza jurídica, administrativa, comercial y de diversos ámbitos de conocimiento, fueron destruidos sistemáticamente por Zumárraga y sus ayudantes.
Por todo lo anterior, al momento del inicio del fenómeno guadalupano había en la ciudad de México-Tenochtitlan personas que tenían más simpatía por los indios y una mejor relación con ellos, que hubieran sido humanamente hablando, más accesibles a un pedido como el que Juan Diego es enviado a hacer. Por otro lado, las mismas eran autoridades de más recursos y poder real a la hora de concretarlo; ya que Zumárraga, si bien ya había sido nombrado, aún no había sido consagrado obispo y no ejercía plenamente el poder de los sucesores de los apóstoles. Dicha consagración se efectuó en España el 27 de abril de 1533 y regresó al nuevo continente al año siguiente.
En el relato, y en perfecta coherencia con lo ya expresado, fray Juan de Zumárraga se manifiesta en la consideración de la persona de Juan Diego y del mensaje que él le traía, como un «...inquisidor desconfiado, para nada crédulo...».
Cualquier autoridad eclesiástica, a la que alguien viniera a ver con un mensaje semejante al que se le comunicó, reaccionaría de forma más o menos similar. Cuanto más si el embajador era un indio recién converso, y por eso sospechoso para una mirada española, que además le hablaba de hacer un templo «...a la Madre de Dios, precisamente donde había estado el ídolo de la madre de los dioses paganos...».
Y según el Padre Juan González, intérprete y traductor del obispo que no conocía el idioma náhuatl, testigo presencial de los hechos, la reacción del gobernante sacerdote, luego de escuchar al mensajero de Nuestra Señora, fue todavía más dura de lo que expresa el Nican mopohua: «...el Arzobispo no le dio crédito, no más le dijo:-¿Qué dices hijo mío?!Tal vez lo soñaste, o quizá te emborrachaste!...».
En la primera entrevista rechaza el pedido de Juan Diego y, con el correr de los hechos, ante la insistencia del indio, lo examinó duramente; y aunque no pudo encontrar nada en su palabra que lo descalificara, le mencionó la necesidad de una señal que acreditara el pedido; y, por último, al asumir Juan Diego esta exigencia, no dejó de dudar de él.
Fue en todo lo enunciado fiel al recelo inquisitorial, pero también a un principio que rige aún hoy la praxis de la Iglesia, al considerar la posibilidad o no de un hecho sobrenatural: considerarlo falso e impugnarlo por todos los medios, aceptando con mucha facilidad las objeciones (como hizo con el testimonio de los perseguidores), y examinando con gran rigor las pruebas (se entrevistará con el tío sanado), hasta llegar a un veredicto final lo más seguro posible. Principio y praxis que en ese momento convenía muchísimo respetar, pues en el contexto de la conquista las historias de apariciones o intervenciones sobrenaturales, primero por parte de los españoles y luego de los indígenas convertidos, «...abundaron con tan indiscreta como nada imparcial frecuencia [...] jamás en plan de reconciliar o pacificar, sino siempre con la muy “cristiana” ansia de humillar y aplastar a los del bando contrario...».
El texto estudiado lo denomina al obispo Teopixcatlatoan”, «...creando una de dos palabras: ‘Teopixqui’ que era ‘sacerdote’, y ‘Tlatoani’ [...]‘gobernante’...». Tlatoani, que significa literalmente “el que habla o el hablante” (recordemos que en contexto náhuatl el arte del habla noble se refería por antonomasia a la autoridad), era el título que designaba entonces a la persona de jerarquía suprema o más alta. En este caso y con toda propiedad, la expresión designa al superior de los sacerdotes.
La Señora responde a sus exigencias
Los españoles se arrodillan, admiran y entristecen ante la estampación de Nuestra Señora de Guadalupe, que también supo inculturarse para ellos. Por eso y a pesar de todo lo que hemos dicho de Zumárraga, él no sólo se conmueve, sino que llega a llorar y pide perdón a la Señora, aún atada en el cuello de Juan Diego, por su incredulidad anterior.
Es que su imagen es respuesta superlativa a la mirada y exigencias de Zumárraga; pero no termina allí la fineza de la Amada Niña Celestial, que le proporciona además una comprobación fiable para los criterios de su conciencia, y para una mentalidad europea: la curación instantánea de un moribundo, que pudo corroborarse por el testimonio del tío, concordante pero independiente del de Juan Diego.
Apariciones
Con el correr de las apariciones, en los diálogos entre Nuestra Señora de Guadalupe y San Juan Diego, vemos cómo Ella va sosteniendo y haciendo crecer la misión y protagonismo de él. La Reina del Cielo lo fortalece y lo compromete poco a poco y de tal modo, que lo hace capaz de enfrentar cada vez mayores dificultades.
En dicho contexto, Juan Diego se muestra muy diligente y bien dispuesto a renunciar a sí mismo y a obedecerle aún a riesgo de su propia vida, cuando Ella lo envía en forma reiterada a pedir al obispo un templo en un lugar sospechado de idolatría. Además siempre evita hacerle referencia a las humillaciones y las angustias que le ha tocado padecer por parte de los cercanos al Señor Obispo.
En sus apariciones, Nuestra Señora de Guadalupe asume las motivaciones y vivencias de Juan Diego y maneja el ambiente, sus intervenciones y palabras, en respuesta a las búsquedas profundas y cotidianas de su mensajero. Así por ejemplo, destacamos aquí, que en su primer encuentro con él, Nuestra Señora de Guadalupe le descubre su voluntad a Juan Diego luego de preguntarle y oír hacia dónde se dirigía, cuál era su rumbo y qué buscaba, pudiendo relacionar Ella así su mensaje con la motivación que traía el indio: encontrar y recibir las cosas de Dios.
Además, todo el acontecimiento suscitado por la Madre del Tepeyac, está compuesto por una multitud de gestos y signos que hablaron abundantemente a la sensibilidad y a la mentalidad simbólica del indio. En el contexto de su cultura, la simple mención de alguna realidad era suficiente para suscitar la evocación y asociación de toda una serie de ideas y conceptos vinculados con la misma, aun incluso y aunque solamente fuera por mera asonancia, recurso muy usual en el idioma náhuatl. Así, explicitaremos al hablar de las apariciones, además de los que ya hemos comentado, cómo cobran relevancia otros elementos concretos que, con familiaridad, hablaban a los indios de Dios y lo relacionado con Él; y que nos seguirán mostrando con intensidad la perfecta inculturación india del evangelio en el anuncio de la Virgencita de América.
Primera aparición: cercanía y nombres divinos
La narrativa del Nican mopohua asocia a la persona y proceder de Nuestra Señora de Guadalupe realidades hierofánicas, o que manifestaban lo sagrado, tales como: «... monte, cantos, pájaros, el sol y sus rayos, piedra y nopal, jade, plumas preciosas, resplandores, tierra, niebla, arcoiris, mezquites, esmeraldas, turquesas, espinas...».
Aquí fijamos nuestra atención en dos de ellas, desechadas por los españoles, pero puestas por nuestra Señora de Guadalupe al servicio de la manifestación de la cercanía de Dios. La«...palabra ‘quetzalli’= ‘pluma preciosa’, [...] significa metafóricamente ‘tesoro’, ‘riqueza’, ‘padre’, ‘madre’, ‘hijo’ y, en fín, todo lo que precioso y muy querido, pues, junto con el jade[...] eran la máxima belleza y la máxima riqueza. El difrasismo ‘In chalchíhuitl in quetzalli’ = ‘Jade y Pluma preciosa’, no sólo expresaba algo bello, sino la belleza misma, es decir: Dios.»
Según mirada de los frailes, «...su principal idolatría siempre se fundó en adorar estas piedras, juntamente con las plumas, a las cuales llamaban ‘sombra de los dioses’». Pero en la presencia en el Tepeyac de los componentes de este difrasismo está ligada no sólo con creencias indias, sino también con el Dios cristiano, simbolizándolo y remitiendo a Él, en cuanto artífice pleno de todo lo precioso y bello.
Así, Nuestra Señora se presenta con «...su venerable aureola como jade precioso...» y, además, transforma la vegetación del cerro de las apariciones en esmeraldas, que les eran muy apreciadas a los indios y las traían desde muy lejos y con mucho esfuerzo, precisamente por parecerse al jade precioso.
«Las esmeraldas que se llaman quetzaliztli [...] son preciosas, de mucho valor, llámanse así porque quetzalli quiere decir pluma muy verde, y iztli piedra de navaja, la cual es muy pulida y sin mancha ninguna, y estas dos cosas tiene la buena esmeralda, que es muy verde, no tiene mancha, y muy pulida y transparente, es resplandeciente»
En vinculación con lo anterior, la afirmación de que «...la tierra como que relumbraba con los resplandores del arcoiris en la niebla...», está remitiendo al ópalo mexicano y a su homónimo náhuatl, el colibrí, a los cuales relacionaban con aquél.
El ópalo, mineral de diversos colores, «...llamado ‘pedernal de colibrí’ desde luego se produce y cría con multitud de matices: blanco, verde, color de fuego, o si no, como estrella, como arco iris. No más con un poco de arena se raspa y se pule».
De este modo el arco iris simbolizaba a la vez el arte de las piedras y el de las plumas preciosas con todo su significado religioso. Agregamos con respecto al pájaro, que incluso los españoles se impresionaron de cómo lo llamaban los indios y lo usaron para hablar de Cristo y su resurrección:
«...no tiene más cuerpo que un abejón, pico largo y delgado. Mantiénese del rocío, miel y licor de flores, sin sentarse sobre la rosa; la pluma es menuda, linda y entrecolores; précianla mucho para labrar con oro, especialmente la del pecho y pescuezo; muere o adormécese por octubre, asido de una ramita con los pies, en lugar abrigado; despierta o revive por abril, cuando hay muchas flores, y por eso lo llaman el resucitado y por ser tan maravilloso hablo dél.»
Claro que los europeos no comprendieron su referencia a la divinidad prehispánica, y a la aspiración de los indios de ofrendar gloriosamente su sangre en la guerra, para redimir y resucitar. Desde la mirada de los antiguos mexicanos, esto era tan así, que anhelaban ser como esas joyas volantes o seres divinos que vivían de flores, y que inequívocamente hacían presente a Dios y a sus profundos deseos de imitarlo.
Nuestra Señora de Guadalupe es además presentada por el Nican mopohua aceptando, aprovechando y haciendo crecer, denominaciones y conceptos sobre dios de la América prehispánica. Recordemos que para los indios, dichos términos y sus connotaciones, eran necesarias creaciones de la finitud humana, incapaz de entender y expresar la maravillosa armonía y unicidad del único ser supremo. Conformaban así un universo de nombres, que ellos atribuían a los diferentes aspectos de la realidad divina, tratando de expresar sintéticamente lo que intuían y concebían de su naturaleza. De entre ellos, son puestos en labios de Ella cinco títulos prehispánicos que utiliza para referirse a su Hijo, y cuyo sentido se aproxima al de la concepción cristiana del único eterno. Los mismos no sonaron mal a oídos españoles, que no entendían su referencia al mismísimo dios de los indios, cosa que sí percibieron estos últimos y los hizo sentir muy felices.
Cuatro de dichos nombres divinos, que eran portadores de conceptos elaborados por los antiguos sabios indios y mencionados por
«...la Señora del Tepeyac, son: ‘In Tloque in Nahuaque’, ‘Señor del cerca y del junto’, ‘Ipalnemohuani’, ‘Causante de toda vida’, ‘[...] Teyocoyani’, ‘Creador [...] de todos’, y ‘Totecuiyo in Ilhuicahua in Tlaltipaque in Mictlane’, ‘Nuestro Señor, dueño del Cielo, de la Tierra y del Infierno’».
Con respecto a los dos primeros, su sentido es complementario, In Tloque in Nahuaque es un difrasismo que hace referencia «...a la soberanía y a la acción sustentadora de...» dios y destaca que «...es cimiento del universo, que todo está en él ...»; mientas que Ipalnemohuani, subraya su función generadora expresando que él «... concibiendo en sí mismo el universo, lo sustenta y produce en él la vida»; alude así a su «...función vivificante, o si se prefiere, de ‘principio vital’...», atribuyéndole el origen de todo movimiento y vida. Teyocoyani es un participio presente «...del verbo yucuya o yocoya: idear, forjar con el pensamiento...» y significa “el que pensando da el ser a todos los demás”.
«...Del último nombre: ‘Totecuiyo in Ilhuicahua in Tlaltipaque in Mictlane’, no hace falta sino traducirlo, pues habla por sí solo: ‘Nuestro Señor, dueño del Cielo, de la Tierra y del Infierno’. La traducción es literal, y como comentario basta confrontrarlo con Fil. 2, 10.»
Ella hace referencia así y de modo inculturado, a la inmanencia y trascendencia del ser supremo; y a su ser causa, creador y dueño de toda realidad y vida. Es en el contexto de su acción y palabra cuando «...se empieza a encarnar el Dios cristiano de los evangelizadores en el concepto antiguo, al decir que es el mismo...», al insistir en identificar a Ipalnemohuani o “El que nos da la vida” con In nelly Teotl , “el verdadero Dios, el Dios con raíz”. Ya desde el segundo versículo
«...se menciona al primero de los asombrosos nombres de Dios : I-pal-nemohua-ni, dejando claro que no se trata de ninguno de los ‘ídolos’ que los españoles veían en todas partes, sino asignándolo inequívocamente al ‘huel nelli Téotl Dios’, al ‘verdaderísimo Dios-Dios’.»
En el mencionado versículo, la utilización de la palabra castellana “DIOS” (así, con mayúsculas) en el texto original, luego de dichos nombres divinos y como su sinónimo, busca reforzar el mismo objetivo de aproximar las experiencias religiosas de indios y españoles y de explicitar la unicidad de Dios. Todo ello referido a la luz de lo experimentado y expresado por su Madre en el acontecimiento inicial del fenómeno guadalupano, que vinculaba a ojos indios a su divinidad de siempre, con el fruto bendito del vientre de Aquélla.
Además, reforzando nuestras afirmaciones, y si bien la Señora no lo utilizó explícitamente, recordando la asociación de su ser e intervención con el jade y su referencia a Dios, destacamos que también los indios lo denominaban «...‘Chalchiuhtlatonac’, ‘El que hace brillar las cosas como jade’...».
Que sepamos asumir lo que en las diversas culturas y experiencias religiosas puede ayudarnos a acercarnos a ellas para hablar de Dios, la belleza por antonomasia, y a anunciar la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo...
Segunda aparición: maternidad atractiva y exigente
De modo especial en la relación de Nuestra Señora de Guadalupe con Juan Diego, se observa cómo su palabra le asegura todo su auxilio y lo contiene, sin jamás enojarse y, al mismo tiempo, lo manda con rigor y lo corrige si es necesario. Así, además de incentivar y respaldar a su embajador, no dejará de exigirle y de señalarle límites.
En relación con lo antedicho, observamos en esta aparición cómo cuando Juan Diego, herido en su fina sensibilidad india porque no se había creído en él, y por haber en consecuencia fracasado inicialmente en su misión, le pide que envíe a otro, Ella lo confirma como su embajador, con posterioridad a oír de sus labios lo que el indio compartió con el obispo, lo puso triste y le hacía realizar dicho pedido.
Lugar materno
De igual modo respecto de lo que expresamos sobre los indicios o informaciones de tiempo, en la cultura de Juan Diego las precisiones de lugares tampoco son únicamente señalamientos espaciales o geográficos, sino que simbolizan y remiten a pertenencias substanciales.
En este sentido, el sitio elegido por Nuestra Señora de Guadalupe para manifestarse primero a dicho indio y con posterioridad a todos los habitantes de la ciudad, no tiene nada de aleatorio y es un «...toque maestro de inculturación en los valores del pueblo mexicano...». Destacaremos ahora con mayor extensión los sentidos maternos y religiosos prehispánicos que implicaba el Tepeyac, y que Ella pone al servicio de su manifestación y del anuncio del Evangelio.
Se trata del lugar en el cual los indígenas, con anterioridad a la llegada del español, habían edificado un famoso santuario dedicado a la Madre de Dios. Era entonces el cerro donde estaba el templo de aquélla que acumulaba en sí misma los significados contenidos en dicho título; estos son punto de llegada de un largo proceso de composiciones, mitos y nombres nahuas, que buscaron describir y designar los portentos, actuaciones y rasgos del eterno femenino que atrae y recibe, de la realidad humana y divina de la flor preciosa, faldellín de estrellas y de jades. Era el lugar de la Madre, que acogía toda la realidad en su regazo y a quien venían a visitar, como hemos dicho, desde largas distancias y desde todos lados.
«Por los cuatro rumbos se rompieron dardos.
En cierva estás convertida.
Sobre tierra de pedregal vienen a verte...»
Es que los mexicas, que la personificaron en la suprema acción de dar figura al universo divino y al humano, fueron maestros en el arte de honrar a esa mujer de la que todos provenían y a la que imploraban y querían encontrar buscándola entre las flores. Rostro femenino de Dios, que da al cosmos cuerpo de mujer, es raíz y apoyo de todo lo que es, que enlaza inicios y fines cósmicos. Señora del dador de la vida, que en el lugar de los orígenes o misterioso Tamoanchan dio a luz a los dioses, cuando aún era de noche y que, al comienzo de la era que estaban viviendo los indios, había descendido de dicho sitio. Pisos celestes o comarca del árbol florido donde sigue habitando, para dar ser a la tierra y a todo lo que contiene.
«...Es también Tonantzin, Madrecita nuestra, que llora por las noches porque presiente las guerras y la destrucción de los soles y los mundos...», quien al intuir el fin y la muerte, en su gemido «...‘alzaba la voz y decía: hijitos míos, tenemos ya que marcharnos. Y otras veces decía: hijitos míos, ¿a dónde os llevaré?’».
Tonatzin, aquélla de cuya carne nacen los hombres y a quien ellos invocan como madre de sus rostros y corazones, atractiva por su fuerza y poder eficaz para dar subsistencia y librar del mal;
«...ella purificaba, aliviaba,
ella lavaba, bañaba,
en sus manos estaban las aguas [...]
Ante ella se conocía el corazón,
Ante su rostro se purificaba
La movilidad de la gente...»
La madre que devolvía la vida a los muertos y por lo cual todos querían estar en su seno.
«...Voy ante nuestra madre y le digo:
¡Oh, tú por quien todos viven!
No te muestres severa,
no seas inexorable en la tierra,
vivamos nosotros a tu lado,
allá en tu mansión de Temoanchan...»
Y el llano junto al Tepeyac pasa a ser la antigua y nueva mansión de esa mujer de la cual, al elaborar los antiguos mexicanos su imagen femenina en general, «...por espontánea labor de catarsis habían desvanecido aquellos rasgos y atributos que [...] provocaban horror y temor...»; conservando los explicitados, vinculados también a los maestros nahuas, y en cuya continuidad y sobredeterminándolos, se manifiesta Nuestra Señora de Guadalupe encarnándolos de modo definitivo.
Tercera aparición: presencia que nos confirma
Nuestra Señora de Guadalupe nos reanima
Nuestra Señora de Guadalupe luego de haber enviado (primera aparición) y enérgicamente confirmado en su misión a Juan Diego cuando quiso claudicar (segunda aparición), le asegura el feliz éxito de la misma, recién en su tercer encuentro con él, y luego de haberle pedido en los dos anteriores un servicio que había exigido ya a él muchos esfuerzos y sacrificios. Si bien nunca ha faltado la promesa de recompensar los consecuentes cansancios, al darle esa certeza Ella lo reconforta y reanima para que pueda continuar.
El siguiente artículo, en relación con el contexto de la tercera aparición de Nuestra Señora de Guadalupe a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, fue confeccionado a principios de febrero de 2001, unos meses antes de la canonización de dicho indio. En ese momento no fue publicado; hoy puede ser adaptado a nuestras actuales circunstancias y convertirse en una sugerencia más.
Hace unos días y por regalo de Nuestra Señora de Guadalupe estoy peregrinando en el Tepeyac. Soy argentino y me impresiona fuertemente la actualidad de las siguientes palabras del Nican mopohua, actualidad que conserva desde que fue escrito por Don Antonio Valeriano.
“...Tan pronto como lo oyó Juan Diego, le dijo al Obispo:"Señor Gobernante, considera cuál sería la señal que pides, porque luego iré a pedírsela a la Reina del Cielo que me envió".Y habiendo visto el Obispo que ratificaba, que en nada vacilaba ni dudaba, luego lo despacha.Y en cuanto se viene, luego les manda a algunos de los de su casa en los que tenía absoluta confianza, que lo vinieran siguiendo, que bien lo observaran a dónde iba, a quién veía, con quién hablaba.Y así se hizo. Y Juan Diego luego se vino derecho. Siguió la calzada, y los que lo seguían, donde sale la barranca cerca del Tepeyac, en el puente de madera lo vinieron a perder. Y aunque por todas partes buscaron, ya por ninguna lo vieron.Y así se volvieron. No sólo porque con ello se fastidiaron grandemente, sino también porque les impidió su intento, los hizo enojar.Así le fueron a contar al Señor Obispo, le metieron en la cabeza que no le creyera, le dijeron cómo nomás le contaba mentiras, que nada más inventaba lo que venía a decirle, o que sólo soñaba o imaginaba lo que le decía, lo que le pedía.Y bien así lo determinaron que si otra vez venía, regresaba, allí lo agarrarían, y fuertemente lo castigarían, para que ya no volviera a decir mentiras ni a alborotar a la gente.Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen...”
Mientras Juan Diego llega a estar con “Lupita” la pintura del texto es sumamente nítida y expresa una triste situación paralela. Personas en quien el obispo puede confiar siguen las espaldas de Juan Diego y lo vigilan, con la misión de espiar e informar sobre lugares y personas que frecuentara.
Pero la mirada de los de la casa episcopal pierde su eficacia y no puede operar en el Tepeyac; y aunque ponen empeño en encontrarlo para seguir observándolo, a partir de dicho sitio, no pueden hacerlo. Probablemente, lo que ocurrió fue que como ellos venían detrás y Juan Diego subió ilógicamente al Tepeyac, desviándose de la ruta a su casa (la actual Calzada Misterios), las curvas del camino les impidieron ver su ir a la cima.
De todos modos y «...pese a que no podían dar fe de nada, inventan un “chivo expiatorio”de su fracaso, diciendo no nada más calumniarlo de falsario, sino agredirlo, si se les presentaba la ocasión».
Así, el fruto final de la persecución llevada a cabo por los cercanos a Zumárraga, que los manifiesta como hombres de bajos procederes y los descalifica, es mentira que busca mantener y reforzar la incredulidad; generando, por otro lado, propósitos violentos.
Los españoles, en general, consideraban en ese momento mentirosos y semianimales a los indios y en realidad algunos de ellos eran los hipócritas e inhumanos según lo que transmite el relato que citamos, una auténtica joya de la literatura náhuatl que nunca pudo haber escrito un europeo.
El mismo prejuicio racista se repite en los argumentos utilizados por Juan Bautista Muñoz, un español que jamás conoció México y que en abril de 1794 se convirtió en el primer impugnador pretendidamente científico de la historicidad de las apariciones y sus protagonistas. Su razonamiento, en pocas palabras, fue el siguiente: lo procedente de los indígenas es enemigo de lo bueno y civilizado; y si bien hay documentos de su autoría que prueban la realidad del acontecimiento guadalupano, no valen como fuentes legitimadoras. Pues,
«...¿Qué no es capaz de producir la fantasía de los indios [..]? ¿Qué monstruos podrán compararse a sus composiciones poéticas y pintorescas?. Sabido es que los indios eran inclinados a visiones imaginarias, y que para tenerlas procuraban embriagarse. ¿Será, pues, maravilla que en el cerebro de algún fanático se representasen la visiones de que tratamos?... ».
Idénticos fundamentos y análogas conclusiones son manifestadas en el siguiente siglo por Don Joaquín García Icazbalceta, el impugnador clásico de la historicidad de las apariciones y sus protagonistas. Este gran y honestísimo historiógrafo de México, que no quería que sus pensamientos dejaran de ser un informe privado al Sr. Arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, descarta los documentos indígenas porque «...los testigos indios siempre han sido propensos a las narraciones maravillosas, y no muy acreditados por su veracidad...».
Ahora bien, como admiten Muñoz y García Icazbalceta, no hay vacío documental que impida probar la historicidad del hecho, sino conclusiones (a veces procedentes de la buena fe) que parten de aprioris que descalifican pruebas por su procedencia. Es decir, tanto en el siglo XVIII como en el XIX, siguió siendo histórico el prejuicio racista de aquellos perseguidores de Juan Diego. Pero también que este indito seguía estando con Nuestra Señora de Guadalupe. Y hoy también lo sigue estando y, primero Dios, con todo el peso de su autoridad pontificia vendrá pronto nuestro querido Juan Pablo II a afirmarlo en la canonización de julio próximo.
Y en nuestros días también, los Juan Diegos actuales siguen estando con la Madre y se constituyen, portando la memoria de sus ancestros, en prueba viviente de la veracidad de un acontecimiento que maravilla a personas de todo el mundo.En el Tepeyac no hay dudas, no operan miradas descalificadoras o epistemologías reduccionistas, y ellos con su oración y dejándose “apapachar” por Ella, se dedican a preparar una celebración de la que ojalá nadie se quede afuera. La fiesta de Juan Diego siempre estando con Nuestra Señora; fiesta que disfrutaré desde mi país, al cual pronto regresaré, uniendo a ustedes mis plegarias y las de mi pueblo que también disfruta de esta alegría.
Cuarta aparición: salvación y comunión
Nuestra Señora de Guadalupe sana el dolor del pueblo
Al iniciarse el cuarto encuentro, se percibe también cómo Nuestra Señora de Guadalupe, al mismo tiempo que conoce y respeta conductas sociales de las indios, no las sigue y las transgrede con el fin de favorecer su respuesta y diálogo con el indio y los otros protagonistas. Por lo primero, cuando Juan Diego pretende esquivarla para satisfacer más rápido el pedido de su tío, «...entiende y agradece la treta [...] ni remotamente aludiéndola, ni insinuando el más leve disgusto o desaprobación, (que además no podía tener tratándose de una obra de caridad)...»; por lo segundo, obra de un modo inadmisible para una persona educada en ese contexto cultural, y sale al cruce «...de alguien que le rehuía precisamente para no apenarla, puesto que no podía concederle lo que pedía...». Pero esto último, para provocar el encuentro y sanar el dolor de su pueblo.
Destacamos que cuando Juan Diego intenta esquivar a Nuestra Señora de Guadalupe es muy amable, y procede de acuerdo a la más fina etiqueta india: no quiere contestarle que no, quiere evitar tener que expresarle una ruda y directa negativa al compromiso de llevar la señal al obispo, algo que en ese momento no puede satisfacer, por atender algo muy importante como lo es el pedido de su tío moribundo. También cuan desinteresado es el indito, a quien no se lo ocurre de ningún modo “cobrarle” a María por su servicio, y no le pide por la salud de su tío cuando Ella se le presenta y sale al cruce de su camino. Y por último cómo, confiando muchísimo en la Amada Niña Celestial, cree y sigue el pie de la letra su palabra, que le expresa que ya curó a su tío y lo manda a buscar flores en un lugar y en un tiempo en los cuales era imposible su crecimiento.
Comunión con Dios
Era real y objetivamente verdad que los indios podían hallar en el contenido de la fe católica, en forma igual o mejor, lo mismo que habían venerado con anterioridad, pero a la mayoría de ellos les era imposible percibirlo oscurecido «...como estaba por las humanas limitaciones de los misioneros, y deturpada por el contratestimonio de los crímenes de los conquistadores...». Sin embargo, en el relato, vemos como Nuestra Señora de Guadalupe logró presentarlo en «...una síntesis magistral con el entonces a todas luces incompatible ‘paganismo’ mexicano..., saciando las máximas aspiraciones de los indios. Entre ellas se encontraba el «...anhelo de que Dios llenara su vida entera, de vivir en comunión con El...», pues eran muy sensibles respecto de lograr esta unión permanente y ser siempre colaboradores y familiares de la divinidad. Es este contexto y teniendo en cuenta el sentido religioso de las flores, que manifestaban la presencia y cercanía divina, se comprende por qué éstas les resultaban tan apreciadas y amables; y eran para ellos objeto de gratitud y estima.
Por eso, a los antiguos mexicanos «...se les pasaba la vida en flores...», porque eran, con respecto a ellas, «...en general estos naturales sensualísimos y aficionados, poniendo su felicidad y contento en estarse oliendo todo el día una rosita, o un xuchitl, compuesto de diversas rosas, los cuales todos sus regocijos y fiestas celebran con flores...».
Ante la mirada española, esta actitud aparecía como idolátrica; pues según ellos, los indios vivían esta experiencia
«...con tanta ceguedad y tiniebla, que, engañados y persuadidos del demonio, viéndolos tan aficionados a las flores y rosas, celebraban una fiesta solemnísima a las rosas, y era cuando ya se iban acabando, que entonces, como venían ya los hielos, y habían de faltar por algunos días[...]
Demás de ser día de rosas, era día de una diosa [...] la cual diosa era abogada de los pintores [...] y de todos aquellos que tenían oficio [...] tocante a cosa de labor o dibujo...»
Debido a este sentido religioso profundo, los indios eran muy aficionados al arte de las flores; así «...componían de las nuevas rosas que empezaban a nacer, componían (sic) rosas para recrearse [...] de lo cual había y hay grandes maestros». Pero no sólo las arreglaban para contemplarlas, sino para llevarlas e intercambiarlas; y más aún para acompañar los regalos que ofrecían y daban, los cuales era gestos muy deseados y valorados.
Incluso para ellos, y a través de la mediación humana, Dios creaba las cosas pintándolas con flores
«Dentro de ti vive
dentro de ti escribe,
crea el autor de la vida [...]
¡Oh, tú con flores
pintas las cosas
dador de la vida [...]
a todo lo que ha de vivir en la tierra!»
Y también Nuestra Señora de Guadalupe, tomando esa estima y modos de proceder humano y divino, acomoda y obsequia flores y además regala su pintura, acompañada por ellas e incluyéndolas en su vestido.
¿Acaso de veras viene
desde el cielo florida pintura
en medio de las flores?
¡Sea esperado, sea glorificado
donde está la multicolor casa:
es creación del dador de vida!
Por lo tanto, y aprovechando toda estas ideas, su acción y casa asocian a un acto creador de Dios, sobre cuya cercanía y presencia no deja ningún tipo de dudas.
Es que si las solas
«...flores ya hubieran parecido a cualquier indio el ‘non plus ultra’ concebible del favor divino, con la estampación habían quedado amplísimamente superadas, pues Dios les había otorgado una señal infinitamente mejor: ¡La imagen de su Madre pintada en la tilma de uno de ellos!!»
La fusión de tilma e imagen, si recordamos que ambas realidades son símbolo y sacramento de la persona, se constituye en una magistral adaptación a la cultura india para expresar comunión. Imagen sagrada que, como decíamos, prolonga esa manifestación y mensaje de aquélla que, al revelarse como Madre de Dios y nuestra, expresó a la mentalidad india con más propiedad que si se tratara de una «...aparición de Dios mismo [...] la cercanía e intimidad -la identificación- entre Dios y el hombre que trajo la Encarnación, a quienes, por una parte se consideraban ya de origen divino, y, por otra, pensaban que Dios era inaccesible a la pequeñez humana».
De este modo, los anhelos mexicanos de afinidad con Dios quedaban colmados y superados por la acción de Nuestra Señora de Guadalupe, que les mostraba tan claramente que tenía en su seno y les traía a los hijos a su Hijo, y todo lo asociado a Él, sin que tuvieran que renunciar a su cultura india, saciando una noble y característica aspiración de la misma y utilizando sus propios gestos.