Historia y sentido

 

I. Semántica guadalupana: asume lo previo de todos 

 

“En seguida, con esto dialoga con él, le descubre su preciosa voluntad; le dice: «sábelo, ten por cierto hijo mío, el más pequeño, que yo soy la Perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del Verdaderísimo Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra. […] Porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno, y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí”.

 

 

1. FRATERNIDAD Y NO FRATRICIDIO

 

Las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe posibilitan el paso de la incomprensión al encuentro entre pueblos diferentes.

 

Del Nican mopohua (en castellano significa “Aquí se narra”) o historia de las apariciones de la Virgen Morena.

 

“Aquí se cuenta, se ordena, cómo hace poco, milagrosamente se apareció la Perfecta Virgen Santa María Madre de Dios, Nuestra Reina, allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe. Primero se hizo ver de un indito, su nombre Juan Diego; y después se apareció su Preciosa Imagen delante del reciente Obispo Don Fray Juan de Zumárraga.

Diez años después de conquistada la ciudad de México, cuando ya estaban depuestas las flechas, los escudos, cuando por todas partes había paz en los pueblos, así como brotó, ya verdece, ya abre su corola la fe, el conocimiento de Aquél por quien se vive: el verdadero Dios”.

 

Algunos de los significados profundos de esa historia

 

Los españoles pensaban que los indios o pueblos originarios de América, se hallaban en poder del demonio e infectados por su perversa e idolátrica religión y, consecuentemente, buscaban o convertirlos, sustituyendo sus creencias, o exterminarlos, si no lograban dicha conversión. Es más, consideraban los evangelizadores que, arrebatándoles, destruyendo y eliminando su cultura y religión, e imponiéndoles la propia, no los despojaban, sino que los salvaban y enriquecían.

 

Dicha intransigencia provocaba que los indígenas vivieran un tiempo de temor y de paz mortal, de desorientación y sin sentido. Se sentían huérfanos sobrenaturales, y ese sentimiento los sumía en el caos total, al cuestionarse el valor de lo que a lo largo de su existencia siempre habían sido y vivido. Es que ellos nunca habían pretendido tal exclusivismo en tiempos prehispánicos, pues, incluso, en su mundo, de haber un pueblo vencedor, siempre preservaba y conservaba también las creencias del sometido y vencido.

 

En ese preciso momento, la oportunísima y providencial visita de Nuestra Señora de Guadalupe, sin herir la sensibilidad de ese exclusivista catolicismo español, que no aceptaba nada que no fuera su modo específico de entender, expresar y practicar la religión, y adaptándose perfectamente al pluralismo indio, que admitía cambios, crecimiento y aportes de otros en lo religioso, aunque con la condición de que se conservara lo anterior; devolvió la fe y la vida a los indios, haciendo germinar lo que estaba latente en su piedad y cultura y, al mismo tiempo, fecundó los mejores deseos y esfuerzos de los misioneros europeos.

 

Por ser muy fieles, y con buena voluntad, unos buscaban sustituir y otros conservar la religión prehispánica; el milagro de la Madre, en atención a dos pueblos heroicos, solucionó lo humanamente imposible y los unió, transformándose Ella misma, en el punto y lugar de coincidencia y encuentro. Nuestra  Señora de Guadalupe, integra en sí misma y hace unir con su intervención, sus modos de ser y fidelidades, sus consecuentes conductas y cosmovisiones, que no podían dejar de desencontrarse. Ella, milagrosamente, conciliando lo antiguo de cada uno con la novedad que le presentaba el otro, hizo que americanos y europeos, de modo diferente, pero en la continuidad, mezcla, fusión y consumación de sus creencias previas, vieran en Ella a la Madre de su Dios de siempre y de todos los seres humanos, a la Madre por excelencia.

 

De lado indio, destacamos que la Señora se aparece en el cerro del Tepeyac, sitio donde ancestralmente ellos habían venerado a esa mujer tan especial. Y lo hace, plenificándolos y poniéndolos al servicio de su manifestación y del anuncio del Evangelio, los positivos sentidos maternos prehispánicos que implicaba ese lugar; sentidos muy valiosos, ya presentes entonces en estas tierras, antes de la llegada del cristianismo.

 

Todavía hoy, esa mismísima Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, continúa aparecida en su templo, arrobando los corazones de los mexicanos y de peregrinos de todas las nacionalidades. Y así, en la actualidad, Ella sigue admirando y respondiendo, escuchando y generando plegarias, suscitando Evangelio encarnado o vida hecha Buena Noticia, y desafiando a buscar un mundo más fraterno y feliz.

 

 

 

 

Nuestra Señora de Guadalupe se hace cercana, escucha, y responde amablemente desde el modo de ser, lugar y situación de los demás. Así, origina acciones obedientes, que suscitan progresivamente el protagonismo convencido de todos ellos.

 

 

El diálogo es entonces el camino que Ella utiliza para comunicar a su Hijo y conducir a concretar todo su mensaje de vida. Mensaje que a la vez que recupera, relaciona, superpone y hace crecer conocimientos anteriores, hace superar situaciones de incomunicación e incomprensión entre pueblos y personas diferentes.

 

 

2. CONCRECIÓN Y NO ABSTRACCIÓN

 

Los indios superan el colapso cultural y, con felicidad, se reconcilian con su propia historia y sabiduría ancestral.

 

Del Nican mopohua o historia de las apariciones de la Virgen Morena

 

[Un día sábado, de madrugada, Juan Diego venía en pos de Dios y sus mandatos. Al llegar cerca del Tepeyac ya amanecía. Oyó muy deleitosos y suaves cantos, que provenían de dicho cerrito, como de muchos pájaros finos. Al cesar dichos cantos, como que les respondía el Tepeyac.]

 

Se detuvo a ver Juan Diego. Se dijo: ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños?
¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial?
Hacia allá estaba viendo arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial.
Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de oírse, entonces oyó que lo llamaban, de arriba del cerrito, le decían: “JUANITO, JUAN DIEGUITO”.
Luego se atrevió a ir a donde lo llamaban; ninguna turbación pasaba en su corazón ni ninguna cosa lo alteraba, antes bien se sentía alegre y contento por todo extremo; fue a subir al cerrillo para ir a ver de dónde lo llamaban.
Y cuando llegó a la cumbre del cerrillo, cuando lo vió una Doncella que allí estaba de pie, lo llamó para que fuera cerca de Ella.

 

[Juan Diego admiró la perfecta grandeza de la Doncella, se postró y escuchó su palabra, que era como de quien lo atraía y estimaba mucho.] 

 

Algunos de los significados profundos de esa historia

 

Nuestra Señora de Guadalupe se manifiesta escuchando y respondiendo desde el peculiar ser, lugar y situación de todos sus interlocutores. Antes, incluso, de llamar a Juan Diego e invitarlo a ir cerca de Ella, ya le ha hablado y ha dialogado con él por medio del ambiente, presentando al Tepeyac como la plenitud y respuesta de todo lo anhelado por los de su raza. A tal punto que, con anterioridad a escuchar su palabra y a verla, el indio, que andaba buscando las cosas de Dios, en un tiempo de tristeza y de muerte para su gente; sin futuro ni para ellos, ni para el cosmos, por la pretensión española de sustituirle sus creencias y costumbres prehispánicas, se pregunta lleno de alegría e interpretando desde todo lo que le han enseñado sus abuelos, si no ha llegado al cielo, al lugar de la vida y felicidad sin fin. 

 

En ese momento, el más traumático de la historia de su pueblo, desde la sabiduría ancestral de su cultura, al escuchar el canto de pájaros finos, canto que era equivalente, según esa sapiencia, a voz divina, se da cuenta con claridad de que está ante el comienzo de algo verdadero y fecundo. Que está presenciando el inicio de una realidad fundamental, de un período de salvación, principio y origen de un mundo y de una sociedad nueva.

 

Es por todo lo anterior, que el llamado de Nuestra Madre de Guadalupe, le resulta sumamente atrayente, dignificador, y lo alegra al extremo. Siente claramente que su fe cristiana ya no implica contradicción, ni ruptura con sus raíces culturales y religiosas, sino reafirmación y enriquecimiento tanto de ellas, a las que no tiene necesidad de renunciar por el hecho de haber sido bautizado, como de las mismas personas de sus antepasados. El acontecimiento que comienza a protagonizar lo reafirma no sólo como cristiano, sino también como indio mexicano.

 

Y a la luz de este hecho guadalupano, todos los pueblos que ya estaban en México desde antes de la llegada del Europeo, encontraron la posibilidad de seguir adelante, releyendo con mayor profundidad sus tradiciones, en esos nuevos y desconcertantes tiempos que vivían.

 

Desconcertantes para los aztecas que habían sido derrotados por los españoles, y también, para las tribus indias vencedoras, que se habían aliado a los recién llegados en la lucha. Es que todos los indígenas, los de uno y otro bando, consideraban que habían peleado por fidelidad a su dios; y como resultado, experimentaban que él incomprensiblemente los abandonaba en manos de los europeos, a sus destructoras iniciativas para eliminarles toda su religión de siempre.

 

 

El Nican mopohua, luego de un breve resumen inicial de su contenido comienza hablando de un contexto de paz mortal para los aborígenes y, por la visita de Nuestra Señora de Guadalupe, culmina hablando de que su vida o movimiento sigue y continúa, unida ya a la de los europeos. Todos los habitantes de la ciudad peregrinarán para siempre juntos al Tepeyac, a contemplar a la amada Reina del Cielo, a presentarle sus plegarias y a recibir al Salvador y sus regalos.

 

 

Que como San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, podamos dejarnos concebir, recibir y ser transmisores de esa Pascua que suscita Nuestra Señora de Guadalupe, para favorecer en lo que dependa de nosotros, también el paso de realidades o signos de muerte a realidades o signos de mayor vida y felicidad. 

 

 

3. VISITAR Y NO ABANDONAR

 

Nuestra Señora de Guadalupe se revela como Madre de Dios y Madre Nuestra, dando a entender que para Ella es un privilegio y honor el hecho de serlo.

 

Del Nican mopohua o historia de las apariciones de la Virgen Morena

 

[La Doncella dialoga con Juan Diego, y después de peguntarle a dónde se dirigía y de escuchar su respuesta,]

 

Le dice: “Sábelo, ten por cierto hijo mío, el más pequeño, que yo soy la Perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del Verdaderísimo Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra. Mucho quiero, mucho deseo que aquí me levanten mi casita sagrada.
En donde lo mostraré, lo ensalzaré al ponerlo de manifiesto:
Lo daré a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación:
Porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva,
tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno,
y de las demás variadas estirpes de hombres, mis amadores, los que a mí clamen, los que me busquen, los que confíen en mí,
porque ahí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores.
Y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa, anda al palacio del Obispo de México, y le dirás cómo yo te envío, para que le descubras cómo mucho deseo que aquí me provea de una casa, me erija en el llano mi templo; todo le contarás, cuanto has visto y admirado, y lo que has oído.”

 

[Y Ella, a continuación, promete agradecer y glorificar a Juan Diego por este servicio, que él inmediatamente sale a concretar]

 

Algunos de los significados profundos de esa historia

 

Nuestra Señora de Guadalupe, que establece una presencia divina y divinizante, se revela a Juan Diego, como la Madre compasiva del verdaderísimo Dios y de todas las mujeres y los hombres, sin excepción. Tanto al anunciar su maternidad divina como la humana, enaltece a todos sus hijos, dando a entender que es para Ella una gran dicha y privilegio, por el cual se siente muy honrada y agradecida. Su maternidad y palabras, muy afectuosas y amables, son a la vez y precisamente por eso mismo, de sumo imperio y autoridad. De este modo, la Reina del Cielo, con su gran ternura, a la vez protege y conduce, contiene y desafía, suscitando al mismo tiempo que veneración y amor, el respeto y movilización de Juan Diego y de los demás protagonistas del acontecimiento que Ella inicia.

 

Toda la persona, comportamiento y palabras de la Señora del Tepeyac son amorosamente incluyentes. Judía de nacimiento, asume en Ella lo mejor del ser de los indios mexicanos (que tienen en sí todo el aporte de lo que hoy llamamos lejano Oriente, de donde provenían), y del ser de los españoles (crisol, por su historia, de la herencia de Occidente, y de lo que actualmente denominamos Oriente medio y próximo); y, al revelar su nombre, se identificará con un título árabe, “Wadi al Lub” o río de grava negra, evitando hacerlo con uno exclusivamente náhuatl o español, y, por lo tanto, menos adecuado para designar a alguien que es Madre y síntesis de la entera humanidad, y no sólo de los habitantes de México. Sus gestos y mensaje muestran eso sí, que a la vez que es cristiana, conoce y hace propia tanto la cultura en general, como el saber religioso en particular, de cada uno de sus interlocutores.

 

Así, inmediatamente hace comprender a Juan Diego que su Madre, Ella en persona, les traía a Aquél al que en toda su historia habían adorado, al arraigadísimo Dios de sus ancestros, que era el mismo que el de los cristianos. Y para lograrlo, Ella acepta, aprovecha y hace crecer, denominaciones y conceptos sobre dios de la América prehispánica, para con su mediación nombrar al fruto bendito de su vientre. Pero María Santísima utiliza, precisamente, aquellos títulos cuyo sentido se aproxima al de la concepción cristiana del único eterno y que, por lo tanto, no sonaron mal a oídos europeos. Oídos, que de ningún modo pudieron captar la explicitada identificación y referencia, que llenó sí de felicidad a los indios. Cuánta alegría y consuelo para los mexicanos saber que Jesucristo, el Hijo de la Muchachita que los visitaba, era su Dios de siempre y tan cercano, artífice pleno y sustentador de todo lo bello y precioso, y a quien sus padres y abuelos habían fielmente obedecido y seguido.

 

 

 

 

 

Nuestra Señora de Guadalupe visita América y por medio del diálogo, comunica y conduce a concretar todo su mensaje de vida. Es que suscita, por ese camino, acciones obedientes y, progresivamente, la actividad convencida de todos los demás (un par de personas son sus mensajeros, y una el primer destinatario de su pedido; luego, algunos se ofrecerán para edificar la ermita que la Virgen solicita y, finalmente, la totalidad de los habitantes de la ciudad, sin faltar nadie, irán a admirarla, a estar con Ella y a formar parte de su acontecimiento). De ese modo, conversando con los pueblos y dando lugar a su aporte y participación generalizada, tanto de lado indígena como de lado español, realiza un milagro de evangelización perfectamente inculturada.

 

 

 

II. Sintáctica europea: excluyente del pluralismo del indio 

 

“Le dijo su tío que era cierto, que en aquel preciso momento lo sanó, y la vió exactamente en la misma forma en que se le había aparecido a su sobrino, y le dijo cómo a él también lo había enviado a México a ver al Obispo; y que también, cuando fuera a verlo, que todo absolutamente le descubriera, le platicara lo que había visto y la manera maravillosa en que lo había sanado. Y que bien así la llamaría, bien así se nombraría: La Perfecta Virgen Santa María de Guadalupe, su Amada Imagen.

Y luego trajeron a Juan Bernardino a la presencia del Gobernante Obispo, lo trajeron a hablar con él, a dar testimonio…”.

 

 

4. OBEDECER E IR Y NO SÓLO ESPECULAR

 

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin es elegido y confirmado, por Nuestra Madre de Guadalupe, como su embajador muy digno de confianza.

 

Del Nican mopohua o historia de las apariciones de la Virgen Morena

 

[Juan Diego fue entonces a realizar el pedido de la Señora, después de esperar largo rato, vio al obispo y le contó todo. El prelado no tuvo por cierta su palabra y el indio se fue triste. Al volver a la cumbre del Tepeyac, la Reina del Cielo lo estaba esperando. Él se postró, le refirió todo lo sucedido y le pidió lo dispensara de ser su mensajero; pero Ella le respondió:]

 

 “Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes encargué que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad;
pero es muy necesario que tú, personalmente vayas, ruegues que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad.
Y mucho te ruego, hijo mío el menor, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo,
y de mi parte hazle saber, hazle oír mi querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido,
y bien, de nuevo dile de que modo yo, personalmente, la Siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando”.

 

[Juan Diego le respondió que tal vez no lo fuera a escuchar, o, que si lo llegara a escuchar, quizá no le creería; pero que aún así, obedecería otra vez lo que le mandaba, y que iría a poner en obra la voluntad de Ella.]

 

Algunos de los significados profundos de esa historia

 

Juan Diego no hablaba español, y al producirse las apariciones, era  un hombre maduro, de 57 años de edad. Ya viudo, fallecida su esposa María Lucía Malintzin, había pasado toda su vida en el regazo de la antigua cultura y religión mexicana. Aún durante su vida terrena, los indios acudían a su intercesión, ya que lo consideraron y estimaron como alguien ejemplar, con cualidades muy apreciadas en su mundo; tales como ser humilde, pacífico, cuerdo y celoso en las costumbres, misericordioso y compasivo, amigo de todos y temeroso de Dios.

 

Muy posiblemente haya sido un príncipe indio, aunque de esto no tenemos certeza. Según la historia de las apariciones y otra fuentes, sabemos sí que era propietario de casas y tierras, que había heredado de sus antepasados, y era por eso de condición noble. De todos modos, el Nican mopohua enfatiza su pobreza, a tal punto que, antes del milagro, anda solo y debe esperar para ser atendido. Así, el relato lo muestra entonces como un “macehual” o un hombre del pueblo. Esta condición coincide exactamente con el destino que tuvo la nobleza, a la que él pertenecía, de las tribus indias que lucharon contra los aztecas aliándose a los españoles. Nobleza que, luego de alcanzada la victoria, fue traicionada por los europeos. Ciertamente entonces es Juan Diego, al momento de las apariciones, más dolorosamente pobre que si siempre hubiera sido pobre.

 

El mensajero nunca duda de lo que le dice Nuestra Señora de Guadalupe y, aún a riesgo de su propia vida, intenta siempre seguir su mandato. Y en verdad la ponía en juego, pues era muy posible que se lo acusara o condenara de idolatría, al solicitar la construcción de una Casita Sagrada en nombre de la Madre de Dios y Madre Nuestra. A pesar de dicho riesgo, realiza lo que la Señora le pide y va a entrevistarse con el obispo Zumárraga. Este no le cree y el indio, herido por eso en la fina sensibilidad propia de los de su raza, habiendo fracasado inicialmente en su misión porque no se da crédito a su palabra, sale totalmente abatido; sumamente triste porque no ha logrado, a pesar de todo su esfuerzo, lo que la Niña deseaba.

 

De regreso al Tepeyac, la Virgencita, que lo estaba esperando, escucha su súplica, visto lo sucedido en su primer encuentro con el obispo, de que envíe, a solicitar la construcción del templo, a un mensajero más creíble para el español. Al hacer Juan Diego esa propuesta a la amada Muchachita, como en otros momentos a lo largo de la historia de las apariciones, en ningún caso protesta por lo que le toca padecer, ni habla mal de Zumárraga o de sus ayudantes. Es destacable además, que al hacer dicha sugerencia y como siempre, piensa más en los intereses de Nuestra Señora de Guadalupe que en él mismo.

 

Al escuchar ese pedido de Juan Diego, leímos hoy cómo Ella, con mucha dulzura y también con gran firmeza, lo confirma como su embajador muy digno de confianza y él, una vez más, obedecerá gustoso el mandato de la Reina del Cielo.

 

 

 

 

Encarnar actos de fe, esperanza y caridad, tales como tener una actitud amical para con todos (especialmente con los más pobres), contar la historia de las apariciones, y portar y regalar las imágenes de Nuestra Señora de Guadalupe y de San Juan Diego Cuauhtlatoatzin; nos ayudan a vivir y compartir el milagro del Tepeyac hoy. Imploremos la gracia de ser embajadores y enviados muy dignos de confianza.

 

 

5. APRENDER DEL POBRE Y NO SER IRRESPONSABLE

 

El obispo Zumárraga, sus ayudantes, y españoles en general, se revelan como un celoso, cauteloso y desconfiado pastor, y como prejuiciosos hostigadores.

 

Del Nican mopohua o historia de las apariciones de la Virgen Morena

 

 [Al día siguiente, domingo, temprano salió Juan Diego para, antes que nada, ir a misa, y, luego, ir a ver al obispo. Con mucho trabajo otra vez lo vio, a sus pies se hincó y lloró al hablarle. El obispo muchísimas cosas le preguntó, y luego de que el indio bien las contestara, le dijo que era muy necesaria alguna señal, por encima de su palabra, para poder creerle que él era enviado por la Señora del Cielo en persona.] 

 

Tan pronto como lo oyó Juan Diego, le dijo al Obispo:
“Señor Gobernante, considera cuál sería la señal que pides, porque luego iré a pedírsela a la Reina del Cielo que me envió”.
Y habiendo visto el Obispo que ratificaba, que en nada vacilaba ni dudaba, luego lo despacha.
Y en cuanto se viene, luego les manda a algunos de los de su casa en los que tenía absoluta confianza, que lo vinieran siguiendo, que bien lo observaran a dónde iba, a quién veía, con quién hablaba.
Y así se hizo. Y Juan Diego luego se vino derecho. Siguió la calzada,
y los que lo seguían, donde sale la barranca cerca del Tepeyac, en el puente de madera lo vinieron a perder. Y aunque por todas partes buscaron, ya por ninguna lo vieron.
Y así se volvieron. No sólo porque con ello se fastidiaron grandemente, sino también porque les impidió su intento, los hizo enojar.
Así le fueron a contar al Señor Obispo, le metieron en la cabeza que no le creyera, le dijeron cómo nomás le contaba mentiras, que nada más inventaba lo que venía a decirle, o que sólo soñaba o imaginaba lo que le decía, lo que le pedía.
Y bien así lo determinaron que si otra vez venía, regresaba, allí lo agarrarían, y fuertemente lo castigarían, para que ya no volviera a decir mentiras ni a alborotar a la gente.
Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del Señor Obispo;
la que, oída por la Señora, le dijo:
“Bien está, hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al Obispo la señal que te ha pedido;
con esto te creerá y acerca de esto ya no dudará ni de tí sospechará;
Y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido;
Ea, vete ahora, que mañana aquí te aguardo”
.

 

Algunos de los significados profundos de esa historia

 

Fray Juan de Zumárraga, vasco que no hablaba el idioma materno de Juan Diego, trabajó y rezó esforzada e incansablemente por la felicidad de todos los fieles, proporcionándoles los sacramentos, y colaborando en la concreción de diversas iniciativas que mejoraran las condiciones de vida de los naturales de América. Seriamente angustiado por la carga, ante la difícil circunstancia que se vivía en México, pensaba que sólo un remedio provisto por la mano misma de Dios, salvaría a esta tierra. Remedio o intervención por la cual el fraile suplicaba, ante la oscuridad y los insuperables obstáculos de todo orden.

 

Era muy poco afecto a una espiritualidad mediada por las imágenes y devociones populares, y se opuso férreamente a la religión prehispánica. En sus decisiones fue muy escrupuloso, y hasta severo, a la hora de defender lo que entendía como doctrina ortodoxa. Había en la ciudad de México otras personas, que hubieran sido más accesibles para recibir un pedido como el que el mensajero del Tepeyac es enviado a hacerle. Pero ninguno de esos otros personajes era, como Zumárraga, a ojos de María Santísima, el representante de Cristo en este lugar.

 

En su primer entrevista con Juan Diego, el obispo rechazó la solicitud que aquél, indio recién converso y por eso mismo sospechoso para los europeos, le hizo en nombre de Nuestra Señora de Guadalupe. En la segunda entrevista, ante la insistencia del embajador de la Virgencita, lo examinó con cautela y rigor, buscando en todo momento el error del mensajero; y aunque no pudo encontrar nada que lo descalificara le mencionó la necesidad de una señal que acreditara su palabra. Por último, al asumir Juan Diego esta exigencia, tal como leímos o escuchamos recién, no dejó de dudar de él.

 

Así, al despedir al vidente de la Madre Celestial, manda el obispo a algunos de su absoluta confianza a seguir y vigilar al indio. Ellos, nada más pierden de vista a Juan Diego en el Tepeyac, lugar en el cuál no puede obrar su mirada persecutoria. Pero lo que informan, muestra el modo prejuicioso y despectivo con que ellos tratan a Juan Diego antes de la estampación de Nuestra Señora de Guadalupe, y expresa nítidamente cómo los europeos, casi en su totalidad, se vincularon con los naturales de América en general.

 

Los recién llegados, desde su desconfiada mirada y creyéndose superiores, consideraban a los indios como semianimales y fabuladores, como eternos niños que debían subordinarse y someterse a sus designios exclusivistas y excluyentes. En ese contexto, los frailes, salvo excepciones, se lamentaban de que no habían sido sistemáticamente eliminados los ancianos indígenas, a los que consideraban pervertidores de los más jóvenes, cuando les transmitían sus conocimientos y costumbres prehispánicas.

 

 

 

Nuestra Señora de Guadalupe nos anima a ser y transmitir diálogo; es decir, a ofrendarnos y a donar generosamente lo nuestro, abiertos al despliegue de los otros. Es de esta forma, superando  prejuicios nocivos e ideologías, cómo podremos colaborar en la edificación de realidades sociales y eclesiales más fraternas, al favorecer el fecundo encuentro entre diferentes tradiciones y personas. Siendo capaces de vivir el poder que tengamos como servicio y entrega, y no como imposición caprichosa o violenta que pretenda ignorar o anular a lo diverso.

 

 

6. MIRAR BIEN Y NO MAL

 

El tío Juan Bernardino, real e histórico, es también figura del pueblo que pasa de la postración de muerte al movimiento de vida, y que custodia el suceso.

 

Del Nican mopohua o historia de las apariciones de la Virgen Morena

 

[Juan Diego no volvió al Tepeyac el lunes; pues su tío estaba gravemente enfermo, y él se quedó para cuidarlo y procurarle médico. Cuando anocheció ese día, Juan Bernardino, seguro de que ya no se curaría, le rogó a su sobrino que fuera en la madrugada siguiente a buscarle un sacerdote, que lo preparara para bien morir. Así lo hizo Juan Diego, y ante el estado y necesidad de su tío, para que no lo viera y detuviera la Reina del Cielo, para más rápido poder llegar a México y encontrar un sacerdote, dio la vuelta al cerro de las apariciones por camino distinto. Pero la que perfectamente a todas partes está mirando, salió al cruce de su camino, y le preguntó qué le pasaba y a dónde iba.]    

 

En cuanto oyó las razones de Juan Diego, le respondió la Piadosa Perfecta Virgen:
“Escucha, ponlo en tu corazón hijo mío el menor, que no es nada lo que espanto, lo que te afligió que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad, ni ninguna otra cosa punzante, aflictiva.
¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?
Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten por cierto que ya está bueno”
.
(Y luego en aquél mismo momento sanó su tío, como después se supo).
Y Juan Diego, cuando oyó la amable palabra, el amable aliento de la Reina del Cielo, muchísimo con ello se consoló, bien con ello se apaciguó su corazón,
y le suplicó que inmediatamente la mandara a ver al Gobernante Obispo, a llevarle algo de señal, de comprobación, para que creyera.

 

Algunos de los significados profundos de esa historia

 

En este día, vemos lo qué ocurre cuando Juan Diego está apurado por hacer llegar la ayuda de Dios a su moribundo y anciano tío Juan Bernardino. Los indios consideraban que los ancianos eran los portadores de la verdad que daba vida, hacía crecer y llevaba a madurez al pueblo. “Colhua”, “Colli-hua”, o “el que tiene abuelos” era el equivalente psicológico de “nelly” o “verdadero”, que equivale a “el que tiene raíz”. Particularmente el tío, entre los mexicas, era la persona que marcaba la descendencia, como para nosotros hoy el papá, y que se consideraba la raíz y origen de la comunidad.

 

Sabemos que la dolencia que afectaba a Juan Bernardino, repentina y fulminante, es el sarampión. Es decir, una de las tantas pestes traídas por el europeo y para la cual los indios no tenían defensas. En tanto que enfermo, y desde una mirada india, “imagen” de dios; la persona y situación del tío, reales e históricas, son tanto símbolo del pueblo indio y su circunstancia, como de aquello que principalmente la ha causado. Su corazón o parte dinámica está segura del fin de su historia, los indígenas quieren dejar de nacer y de vivir, pues se sienten paralizados ante el colapso cultural y mal integral que les ha provocado el choque con el exclusivismo español. Actitud esta última, hemos ya contemplado, que al despreciar toda la antigua religión y sabiduría de los naturales de América, que enseñadas por sus mayores, daban base, sostén y sentido a su existencia, los sumergía en una situación de completa desorientación y muerte.

 

Nuestra Señora de Guadalupe, que siempre está “mirando perfectamente y muy bien a todos y a todo”, para mostrarnos a su Hijo, a Aquel que hace que Ella nos mire con Misericordia o Amor incondicional, se interpone en el camino del indio. Sale al cruce de ese dolor mortal, de ese no querer demorarse de Juan Diego para conseguir más rápido un sacerdote que atendiera a su tío. Ella se interpone a ese apuro que hacía que el indio quisiera evitarla porque no podría satisfacerla; a esa angustia por la que él pretendía “dar la vuelta al cerro” y esquivar los ojos de la Virgencita, a su misma persona y a su envío. Y Ella sale al cruce precisamente para escuchar las razones de Juan Diego y responderle, para modificar la historia, sanando y salvando al tío Juan Bernardino y a todos los de su raza; librándolos del trauma provocado por la intransigencia e intolerancia europea, devolviéndoles el movimiento y restaurando sus vidas. Sale al cruce para anunciarles y anunciarnos el gozo de que estamos siempre bajo su Amor y protección, y que por eso nada debemos temer.

 

Es más, Nuestra Señora de Guadalupe le concede al tío de Juan Diego, además de la salud y en el mismo momento, el importantísimo privilegio de hacerlo también su embajador y mensajero, al revelarle para que lo transmita, tanto su nombre como el de todo el acontecimiento. El acontecimiento guadalupano, que restablece también así el digno y respetable lugar de los ancianos y de la autoridad de su testimonio y palabra, y pasa a ser una de esas raíces vivificantes que eran enseñadas por ellos. De este modo, se expresa claramente que lo enseñado por el viejo tío y por todo el pueblo, hecho ya simbólicamente en él receptor, custodio y difusor de la visita de Nuestra Madre, sigue teniendo valor para dar forma a la existencia comunitaria y de cada uno y, que incluso, en este caso, es también una enseñanza bien recibida por algunos españoles.

 

 

 

 

Viviendo y suscitando diálogo, es entonces cómo podremos encontrar y transitar caminos de acción y edificación de un mundo verdaderamente plural y de la inculturación de la fe. Sólo su mediación, lejos de todo exclusivismo e intolerancia, posibilita a la vez, tanto la afirmación, continuidad y manifestación de etnias, tradiciones y particularidades, como su apertura a novedades, mestizaje y enriquecimiento mutuo, ya sea de ellas entre sí como con el Evangelio.

 

 

 

III. Pragmática desencadenada: compromiso histórico abierto a lo trascendente

 

“Y absolutamente toda esta Ciudad, sin faltar nadie, se estremeció cuando vino a ver, a admirar su preciosa Imagen. Venían a reconocer su carácter divino. Venían a presentarle sus plegarias. Muchos admiraron en qué milagrosa manera se había aparecido, puesto que absolutamente ningún hombre de la tierra pintó su amada Imagen”.

 

 

7. FECUNDAR Y NO MEZQUINAR

 

Las flores de Dios, en la cultura de Juan Diego, son realidad y signo de su salvación y pascua.

 

Del Nican mopohua o historia de las apariciones de la Virgen Morena

 

[Y la Reina Celestial mandó a Juan Diego que subiera a la cumbre del Tepeyac, que juntara flores y que volviera a su presencia. Así lo hizo el indio, admirándose de encontrar gran cantidad de variadas y bellas flores, tan fuera de época y lugar; y enseguida bajó, trayendo las que había cortado, en el hueco de su tilma o manta. Ella las tomó con sus tiernas manos, las volvió a poner en el hueco del ayate o tilma de Juan Diego y le dijo:]

 

“Mi hijito menor, éstas diversas flores son la prueba, la señal que llevarás al Obispo;
de mi parte le dirás que vea en ellas mi deseo, y que por ello realice mi querer, mi voluntad.
Y tú... tu que eres mi mensajero... en tí absolutamente se deposita la confianza,
y mucho te mando con rigor que nada más a solas, en la presencia del Obispo, extiendas tu ayate, y le enseñes lo que llevas.
Y le contarás todo puntualmente, le dirás que te mandé que subieras a la cumbre del cerrito a cortar flores, y cada cosa que viste y admiraste,
para que puedas convencer al Gobernante Sacerdote, para que luego ponga lo que está de su parte para que se haga, se levante mi templo que le he pedido”.

 

[Juan Diego, en cuanto Ella le dio este mandato, se fue derecho, contento y tranquilo a ver al obispo; confiado en que todo saldría bien, cuidando las diversas flores preciosas que llevaba y disfrutando de su aroma].

 

Algunos de los significados profundos de esa historia

 

La intervención Nuestra Madre culmina con preciosas flores o rosas (dos términos que significaban lo mismo en el México del siglo XVI), lo que ha comenzado a realizar y manifestar con los cantos de pájaros sagrados, indicando de este modo que iniciaba algo sobrenatural y muy positivo. “Flor y canto” eran las dos palabras, que los indios usaban y usan, asociadas o juntas, para expresar y concebir lo verdadero y bueno existente sobre la tierra, aquello que sacia y colma remitiendo a la verdad y bondad por antonomasia, que es la del Ser supremo.

 

La sequedad y el frío hacían especialmente maravillosas esas flores de Dios en ese sitio y en ese tiempo: en invierno, y donde hay “riscos, abrojos, huizaches, nopales, mezquites” decididamente “no es lugar donde se den flores”. Esto último refuerza el mensaje salvador, si tenemos en cuenta que al mezquite se lo considera el árbol de la muerte, porque se dice en náhuatl “mizquitl” y así remite en dicha lengua indígena, por correspondencia de sonido, a “miquiztli” o muerte. Entonces el hecho de que el Tepeyac sea lugar propio de mezquites, que luego, por la intervención de Nuestra Señora de Guadalupe se llena de flores preciosas, es otro detalle que indica también ese asombroso paso de la muerte a la vida; paso que hizo dar Ella a los indios, al devolverles la fe, y a los españoles, de modo semejante, al hacer que dieran muchos frutos sus esfuerzos evangelizadores.

 

Es entonces, a partir de ese mes de diciembre, en el cual la Virgencita habló a Juan Diego, su primer peregrino, y al tío Juan Bernardino, que los bautismos empiezan a tener entre los pueblos originarios de América un carácter masivo nunca antes alcanzado. Esto llevaba a plenitud los mejores deseos y aspiraciones del trabajo de muchos de los llegados desde Europa, y enaltecía enormemente a los indios.

 

En el caso de estos últimos, hacía que se percibieran a sí mismos como imitadores, colaboradores y amigos de Dios; pues ellos y sus ancestros, con el esfuerzo de su acción humana siempre fiel, habían favorecido la visita de la Madre y la venida y llegada de Dios, de Aquél que los había creado o merecido con su sacrificio y penitencia. Y nótese que lo afirmado, que predicamos a los pueblos indígenas, desde otro credo, desde su fe católica y romana, también los europeos, igualmente dignificados por Nuestra Señora, pudieron llegar a pensarlo de sí mismos, con análoga o semejante significación, ante el hecho de difundirse más y más la vida cristiana entre los indios.

 

 

 

Nuestra Señora de Guadalupe nos desafía a amar, a asumir y a respetar integralmente los modos de ser comunes y singulares; para así construir juntos, en la fidelidad a las buenas herencias, en la consideración de las circunstancias presentes y abiertos a su consumación en el cielo, un futuro más pleno en la historia. Para lograr vivir y plasmar lo anterior, necesitamos recibir y compartir, encarnando obras de misericordia, los regalos de Dios.

 

 

8. UNIR CIELO Y TIERRA Y NO OPONER

 

La Sagrada Imagen de Nuestra Madre en la tilma del indio, es prolongación de su presencia y materna visita, y expresión de comunión con Dios.

 

Del Nican mopohua o historia de las apariciones de la Virgen Morena

 

[Cuando Juan Diego llegó, todavía oscuro, al palacio episcopal, estuvo esperando muchísimo rato. Ni el portero, ni ninguno de los servidores, comunicaron al prelado que el indio quería verlo. Como el mensajero seguía allí por si era llamado, se le acercaron para ver que traía. Juan Diego un poquito les mostró las flores, y ellos quisieron tomarlas y sacarlas; pero no pudieron, pues veían entonces las flores como pintadas, bordadas o cocidas en la tilma. Inmediatamente fueron a decirle esto al obispo, que en seguida dio orden de que Juan Diego pasara a verlo. El indio entró, se postró, le contó todo lo sucedido y le dijo:]     

 

“Cuando fui  a llegar a la cumbre del cerrito miré que ya era el paraíso.
Allí estaban ya perfectas todas las diversas flores preciosas, de lo más fino que hay, llenas de rocío, esplendorosas, de modo que luego las fuí a cortar;
y me dijo que de su parte te las diera, ya que ya así yo probaría, que vieras la señal que le pedías para realizar su amada voluntad,
y para que aparezca que es verdad mi palabra, mi mensaje,
aquí las tienes; hazme favor de recibirlas”.
Y luego extendió su blanca tilma, en cuyo hueco había colocado las flores.
Y así como cayeron al suelo todas las variadas flores preciosas,
luego allí se convirtió en señal, se apareció de repente la Amada Imagen de la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios, en la forma y figura en que ahora está,
en donde ahora es conservada en su amada casita, en su sagrada casita en el Tepeyac, que se llama Guadalupe.

 

Algunos de los significados profundos de esa historia

 

Las flores, por ser manifestación de la presencia y cercanía divina, les resultaban a los indios muy apreciadas y amables; y eran para ellos objeto de mucha gratitud y estima. Así, las arreglaban para contemplarlas, intercambiarlas y acompañar regalos. Es más, pensaban que, a través de la mediación humana, Dios creaba las cosas pintándolas con flores. Nuestra Señora de Guadalupe, asume esa estima y modos de proceder, tanto humano como divino según ellos, y se obsequia entre flores. Se estampa, entonces, con y en aquellas flores, que Ella hizo maravillosamente crecer. 

 

Esas flores o rosas son las mismas que unos momentos antes le han querido arrebatar a Juan Diego los cercanos a Fray Juan de Zumárraga, reiteradamente y sin éxito, pues de la Sagrada Tilma no pueden tomarlas con sus manos. Dichas flores también de esta manera, simbolizan y son, el florecimiento de las buenas raíces de la cultura y religiosidad prehispánica, que vivían, conocían y conservaban con fidelidad todos los indios; de esas prácticas y certezas que la Virgencita plenifica, haciéndolas brotar y abrir sus corolas, pero con delicadeza, de un modo imperceptible y no hiriente para la teología de los europeos, que querían extirparlas.

 

Ahora bien, si las solas flores crecidas en el cerro ya hubieran parecido a cualquier indio el “non plus ultra” concebible del favor divino, con la estampación quedaron amplísimamente superadas, pues Dios les había otorgado una señal infinitamente  mejor y más contundente: ¡La Imagen de su Madre pintada en la tilma de uno de ellos! Es que la imagen no era para los indios un mero recuerdo de alguien, sino su continuidad y viva prolongación; a su vez, la tilma también era símbolo de un sujeto o individuo. La fusión de tilma e Imagen, si tenemos en cuenta entonces que ambas realidades son símbolo y sacramento de la persona, se constituye en una magistral adaptación a la cultura india, para expresar comunión de un modo mucho más vehemente que con las solas flores. Para expresar comunión con Dios a quienes eran muy sensibles respecto de lograr una unión permanente con la divinidad, y de ser siempre sus colaboradores y, más aún, sus familiares.

A la luz de todo lo meditado en estos días, vemos cómo la intervención de la Virgencita se asocia entonces a un acto salvador o creador de Dios, sobre cuya cercanía y presencia no deja ningún tipo de duda.

 

 

 

Las acciones que narra el Nican mopohua responden a dos modos de ser Iglesia y de evangelizar: uno, parte de una concepción del ser humano que separa a los pueblos y personas, hace complicada su interrelación y produce tristeza; el otro, el guadalupano, que se termina imponiendo y siendo el de todos los que se relacionan con Nuestra Madre, considera a las mujeres y a los hombres de un modo que favorece el encuentro de los protagonistas colectivos y singulares de la evangelización, su interacción en el diálogo y la felicidad de los mismos.

 

 

9. MESTIZAR Y NO SEPARAR

 

El corazón del milagro guadalupano, es suscitar madurez y armonía comunitaria y personal.

 

Del Nican mopohua o historia de las apariciones de la Virgen Morena

 

Y en cuanto la vio [,a la Amada Imagen de la Perfecta Virgen Santa María, Madre de Dios,] el Obispo Gobernante y todos los que allí estaban, se arrodillaron, mucho la admiraron,
se pusieron de pie para verla, se entristecieron, se afligieron, suspenso el corazón, el pensamiento...
Y el Obispo Gobernante con llanto, con tristeza, le rogó, le pidió perdón por no luego haber realizado su voluntad, su venerable aliento, su venerable palabra.
Y cuando se puso de pie, desató el cuello de donde estaba atada, la vestidura, la tilma de Juan Diego
en la que se apareció, en donde se convirtió en señal de la Reina Celestial.

 

[Y luego la fue a llevar a su oratorio. Además, hizo quedar a Juan Diego en su palacio y, al día siguiente, le pidió les mostrara dónde la Reina del Cielo quería su templo. De inmediato, se ofreció gente para levantarlo y luego de que el indio les mostró el lugar para su edificación, solicitó permiso para ir a ver a su tío. No lo dejaron ir solo y, al llegar, vieron que Juan Bernardino estaba bien. Este, por su parte, mucho admiró que su sobrino viniera tan acompañado y honrado, y le preguntó por qué eso ocurría. Juan Diego le refirió lo sucedido; su tío, le dijo que Ella también a él se le había aparecido y que lo había sanado. Es más, que la Señora lo había hecho, en el preciso momento en que había anunciado su curación en el Tepeyac. Y que también a él, la Reina del Cielo, lo había enviado a ver al obispo, para contarle todo la que había experimentado al recuperar su salud de manera maravillosa, y para decirle que bien se nombraría, a su Amada Imagen, la Perfecta Virgen Santa María de Guadalupe.]

 

Y luego trajeron a Juan Bernardino a la presencia del Gobernante Obispo, lo trajeron a hablar con él, a dar testimonio,
y junto con su sobrino Juan Diego, los hospedó en su casa el Obispo unos cuantos días,
en tanto que se levantó la casita sagrada de la Niña Reina allá en el Tepeyac, donde se hizo ver de Juan Diego.

 

Algunos de los significados profundos de esa historia

 

Nuestra Señora de Guadalupe moldea en americanos y europeos modos de ser comunitarios y personalidades más plenas, maduras y armónicas, cambia milagrosamente la finalidad de sus vinculaciones y engendra o concibe una nueva y común identidad, aún en nacimiento.

 

La Virgencita es también presentada, de este modo, como madre y educadora, que además de vivificar y reanimar a todos sus hijos, de colaborar con su salud y movimiento, los orienta a alcanzar el ideal de la educación del pueblo indio: tener, como ser colectivo y singular, “un rostro sabio y un corazón de piedra”. Es decir, a llegar a vivir siendo capaces de asumir el tiempo presente y sus novedades, en la permanente fidelidad a los conocimientos y creencias ancestrales; con una movilidad o vida enraizada en una voluntad firmemente anclada en el bien y en la verdad, para buscar de esta manera un futuro mejor y compartido, con mucha decisión.

 

La evangelizadora de América educa entonces a los que están bajo su sombra y resguardo; bajo su Amor y Mirada Misericordiosa, modificando sus decisiones y conocimientos. Ella, con la colaboración de Juan Diego, dignifica y acredita a cada uno delante de los demás, y hace que sus existencias se unan e integren.

Luego de su estampación o aparición en su Sagrada Imagen, de un modo inmediato, aunque sin producir saltos bruscos, la Virgen suscita que todos los protagonistas del suceso inicial de su visita, cambien sus actitudes de modo asombroso y revolucionario. Sin que haya solución de continuidad con los modos previos de ser y relacionarse de sus hijos, la intervención de la Madre introduce con suavidad, novedades; y produce, entre los que se vinculan en el acontecimiento, acercamientos y convivencias impensadas desde sus solas fuerzas humanas. En el caso de haberlas, lleva a modificar conductas nocivas; y que la existencia y movimientos de todos puedan continuar, en los hechos, sin desechar las realidades fundamentales de ninguno de los otros. En consecuencia, son sustanciales los cambios que causa la estampación, en las relaciones sociales de ese entonces. Ella causa que pueblos e individuos, se afirmen o reconozcan, en relación y por mediación de los diferentes, y no por su eliminación.  

 

 

 

Nuestra Señora de Guadalupe hace presente a su Hijo y la salvación que Él nos trae, constituyéndose de este modo en la matriz, el destino y la luz de un muevo pueblo. A todos los que se relacionan con Ella los dignifica, acredita y ayuda a madurar colectiva y personalmente, llenándolos de júbilo y orientándolos a considerarse mejor y a cultivar vínculos más positivos. Así, al mismo tiempo que consuela, incentiva a construir realidades comunitarias e individuales superadoras.

 

 

10. EDIFICAR Y NO DIVIDIR

 

La visita de Nuestra Madre en el Tepeyac, trae el advenimiento de Dios y su Luz y, de esta manera, el nacimiento, caminar y oración de un nuevo pueblo.

 

Del Nican mopohua o historia de las apariciones de la Virgen Morena

 

Y el Señor Obispo trasladó a la Iglesia Mayor la amada Imagen de la Amada Niña Celestial.
La vino a sacar de su palacio, de su oratorio en donde estaba para que todos la vieran, la admiraran, su amada Imagen.
Y absolutamente toda esta Ciudad, sin faltar nadie, se estremeció cuando vino a ver, a admirar su preciosa Imagen.
Venían a reconocer su carácter divino.
Venían a presentarle sus plegarias.
Muchos admiraron en qué milagrosa manera se había aparecido, puesto que absolutamente ningún hombre de la tierra pintó su amada Imagen.

 

Algunos de los significados profundos de esa historia

 

La Virgen del Tepeyac, Madre de todos, suscita y muestra a los indios el advenimiento o llegada de Dios, que los hace superar el sentimiento de orfandad sobrenatural que los sumía en la muerte. De este modo, a la vez y por lo mismo, al devolverles la fe y la vida o movimiento, animó su pervivencia en el mestizaje, ya sanado en Ella de sus aspectos traumáticos, de lo de ellos con lo de los europeos. Al mismo tiempo enriqueció también así, aunque de una forma imperceptible para los españoles, lo que estos traían, con lo de los indígenas.

 

De esta forma, la Preciosa Imagen, al mismo tiempo que afirmó y mejoró las culturas y religiosidades, a la vez tan distintas y convergentes, de indígenas y de españoles, se convirtió en su meta y punto de encuentro, en el sentido y orientación de su caminar y oración. Comenzó de este modo, transformando el doloroso choque de dos mundos, en posibilidad de gozoso encuentro, a dar a luz a un México distinto.

 

Con su Acción y Pintura, Iconos de un inédito mundo enraizado en lo anterior de sus padres europeos y madres indias, comenzó Nuestra Señora de Guadalupe a parir desde el Amor, a ese pueblo que hoy, casi cinco siglos después, está en el umbral de aceptarse y reconocerse como tal. Su Imagen y ermita del Tepeyac se erigieron entonces, y lo siguen siendo, en el antiguo y original lugar hacia el cual ir, el rumbo y sitio donde se encuentran para siempre el don de Dios y los esfuerzos de los hombres.

 

Flor y Canto de felicidad permanente y señal cumplida: La Virgen Morena, asumiendo en sí misma las tradiciones de sus interlocutores y abriéndolas a lo diferente, se erigió en su único destino o tonalli; es decir, en la fuente de vida, de energía, de luz y de calor de todos ellos. Trayendo al que es el Día por sí mismo en su seno, Ella marcaba el amanecer y comienzo de un nuevo período del cosmos y del movimiento de los seres humanos. Nuestra Madre se convirtió así en la matriz y el núcleo en torno al cual habría de originarse y gravitar la esencia misma y la historia posterior de todos los habitantes del lugar. A tal punto, que tanto ellos como sus descendientes, no podrán ya jamás concebir su vida sin referencia al acontecimiento guadalupano.

 

Para la mentalidad de los indígenas, muy dispuestos a levantar templos, la construcción de uno, por más pobre que éste fuera, se identificaba con la fundación de una nación. Es así como con la edificación de la ermita de Nuestra Señora, comenzaba a fraguarse también el nacimiento de otra sociedad. Y es por todo lo anterior, que su Imagen y su Casita Sagrada, logran unir a las mujeres y hombres de ese tiempo, poniéndolos en camino de crecer como un nuevo pueblo o templo, a la vez material y espiritual.

 

Esa devoción y masiva concurrencia, el peregrinar y el constante e ininterrumpido aumento de la popularidad de la Amada Niña Celestial, están acreditados por numerosísimas fuentes históricas, pero, sobre todo, por la memoria viva de los hijos que Ella hizo y sigue haciendo nacer. De este modo, la primera ermita, inicia la serie de cada vez más amplios templos, que se han construido sucesivamente para albergar a su Preciosa Pintura y a ese pueblo siempre creciente y educado por Nuestra Madre.

 

 

Nuestra Señora de Guadalupe, ayudada por sus “Juan Diegos” y en relación con la misión de la Iglesia Católica, se revela como un paradigma de evangelizadora y de evangelización inculturadas. El modo de ser de Ella, la finalidad que busca y el medio que utiliza para alcanzarla, armonizan e integran dualidades complementarias, muy animadoras, fecundas y orientadoras, para que hoy podamos colaborar a la bienaventuranza de todos, siendo amables, y sembrando caminos de generalizado diálogo y protagonismo.

 

 

Que nuestras comunidades y personas integren ternura que contenga y autoridad que gobierne, para que así nuestro servicio misionero dignifique y desafíe a crecer integralmente, con una actitud y mensaje a la vez suave y firme, que recupere y conduzca a plenificar lo propio de todos y cada uno, es el perfil de evangelizador inculturante encarnado por Nuestra Madre y que Ella nos anima a vivir.

 

 

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